Alberto Bañuelos, la forma y el ruido

Yacentes, varios centenares de piedras duermen el sueño de los justos en una vieja pista de tenis. El sueño de los justos, con sus formas, hasta que reciban su forma final: entonces habrán resucitado como objetos. Incluso objetos de culto, porque se trata de la cantera del escultor Alberto Bañuelos, en su casa cerca de Madrid.

“La perfección es asquerosa”. No se espere nadie de Alberto Bañuelos tibieza, medias tintas, corrección política propia del establishment del arte. Conforme a su físico rotundo, de antebrazos fuertes y bronceados, espalda recta, son las opiniones que salen en una tarde de charla en el estudio de este escultor.

La forma es lo que esperan, en silencio bajo el abrasador sol de la Meseta, las piedras, de tono albero, en la pista de tenis, casi todas alabastro. El ruido es imprescindible para trabajar este tipo de material. En lo que fue un garaje –casi todo el casa de Bañuelos tiene otra vida diferente a la que se le dio en un principio, está el taller del artista.

No es un taller de fino cincel. Sierras de grueso calibre, martillos, mazas. Trabajar la piedra es cosa seria, requiere de antebrazos fuertes y voluntad de hierro. Aunque el proceso creativo es, por supuesto, mucho más sutil.

Pero de momento estaos en el ruido, en el proceso fabril del que nace una obra de arte, no una delicada obra de arte, una rotunda obra de arte. “El sitio es ideal –explica Bañuelos– porque no da hacia los vecinos y me permite trabajar con libertad”. Efectivamente, a un lado está el taller, la maquinaria, la piedra que está trabajando. Y, de frente, el singular bosque mediterráneo de encinas que es el Monte de El Pardo, en forma de dehesa. Entre el taller de Bañuelos y la siguiente persona que pueda oírle está la inmensa finca habitada por corzos y jabalíes que conforma el Monte de El Pardo. Al fondo, la eterna sierra de Madrid, Guadarrama.

El ruido, a veces de sierra mecánica, a veces el de la naturaleza donde están clavadas sus obras de arte. Pero eso llegará más adelante en el proceso creativo.

“Todo sale de la cabeza”, explica con paciencia Bañuelos al neófito mientras enseña su estudio. Todo está en la cabeza. Como el retrato que hizo de memoria de un amigo judío canadiense. Un retrato hecho con los rasgos que habían quedado marcados en su cabeza en su día. Y resultó ser el retrato más fideligno de aquel hombre.

Todo nace de la cabeza y en la enorme mesa de madera, envidiable, que preside el estudio. Una mesa repleta de libros, de lecturas. De la lectura, que queda fijada en la cabeza, de su intelectualización se pasa a la forma, a darle forma a esas idas que nacieron del lenguaje, de los signos que son las letras a la formas que luego tomarán esas piedras de alabastro.

Lo que no es mesa de trabajo, son estantes repletos de figuras. De la figura en escala que luego se convertirá en forma en una piedra.

Las piedras, a veces, también piden una forma. Bañuelos las va seleccionando de la cantera posada en la vieja pista de tenis. “Cuanto más dura es la piedra, mayor es la lucha –explica Bañuelos–, y mejor será el pulido”. Las formas rugosas en la obra de Bañuelos se convierten en superficies pulidas, que se contraponen con la forma natural del alabastro, o del mármol yugoslavo, con el que también ha trabajado mucho.

“Arte contemporáneo”, es como se encasilla al trabajo que hace Bañuelos. Pero la presencia de la piedra, de un elemento tan atávico, tan propio de la naturaleza del Planeta, extraído de su interior, produce un arara conexión con el pasado, con el trabajo que hicieron otros humanos milenios atrás.

Seguramente eso lo vieron en México, donde fue invitado a exponer el el Museo Antropológico. El primer europeo en hacerlo. Y ver el catálogo, que él enseña con orgullo y modestia, produce en la cabeza del neófito un extraño viaje intercontinental y en el tiempo, intercivilizaciones, entre el precolombino y lo que sale de la cabeza de un hombre, burgalés, que tiene más aspecto de ese puñado de conquistadores que, vestidos de hierro, se impusieron a un imperio para crear otro.

Pero las 140 esculturas viajaron a México DF, y allí combinaron y empezaron un diálogo con las que habían salido de la cabeza de otros hombres y mujeres que las pensaron cientos de años atrás.

Quizás de las cosas que más sorprenden de Bañuelos y su obra es lo rotundo de sus materiales y creaciones y la sutileza de su proceso creativo. Miremos a Muxía (A Coruña), la que se llamó “zona cero” del vertido del Prestige, en 2002. Otro ruido acompaña a esta obra clave en la trayectoria de Bañuelos. El ruido del infatigable e interminable oleaje de Muxía, en la Costa da Morte. A ojos de un profano, dos piedras de 200 toneladas cada una, que dibujan una hendidura en el centro, llamada “La ferida”.

Esta colosal obra nació en un folio. Fue un molde de escayola, que tuvo que pasar por todo un proceso fabril para ser lo que hoy se contempla, muestra enorme de la belleza, de la combinación de un paisaje fascinante con la fascinación de una monumental piedra.

“Casi me cuesta hasta el matrimonio”, bromea Bañuelos, cuando explica el enorme estrés y desgaste que le supuso la materialización de su obra. Y la narración parece casi la de la empresa de desembarcar en Normandía. Buscar una cantera, seleccionar la lancha de piedra, supervisar el corte de la misma, nada sencillo. Mover las colosales piedras de 200 toneladas cada una requirió de un inmenso convoy pesado especial, reforzar puentes, rogar permisos de paso. Y una de las grúas mas grades de España para poder posarla en el sobrecogedor paraje del santuario de A Barca. Con la costa, no cualquier costa, la Costa da Morte, a sus pies.

La piedra no hace ruido. Los percebeiros de Muxía se levantan aun de noche y se quedan fijos los ojos en la ventana, una taza de café en la mano, mirando el mar. Intentan comprender el movimiento de las mareas, descubrir las malas o buenas ideas de las ola, para hacer un plan factible y salir con la cuadrilla a por los percebes de los acantilados. El viento es clave en esta comprensión de lo que mueve la inmensa masa de agua.

El viento se cuela entre las piedras de La Ferida. Hace un silbido. Abajo, ruge el mar. Piedra y ruido. El escultor ha hablado.