¿A quién le importa la verdad?

Vivimos tiempos difíciles para la verdad. Desde pequeños nos inculcan que no hay que mentir bajo pena de reprimenda, pero siempre soltamos alguna mentirijilla. A lo largo de la vida, todos mentimos con más o menos fortuna. Los expertos en psicología nos dicen que la mentira no es mala, siempre que no repercuta en daño hacia los demás. Incluso, algunos hacen de la mentira su forma de existir. Sin embargo, lo que está ocurriendo últimamente no tienen parangón y posiblemente sean las redes sociales el campo abonado para la semilla del mal.

En los tribunales se imparte justicia, pero en muchas ocasiones, el fallo no corresponde a la verdad. Lo que importa realmente es lanzar acusaciones y airearlas, da igual que luego se archiven los cargos o el imputado o imputada salga absuelto.

Historiadores a sueldo de gobiernos regionales inventan mitos –Jesucristo posiblemente era Catalán-, con el fin de defender supuestos particularismos o hechos diferenciales. Llegan a extremos ridículos, incluso esperpénticos, pero la borregada lo cree a pies juntillas, sin plantearse siquiera la más leve critica.

Una mentira puede llevar a un hombre a la cárcel, sin que nadie se plantee ni tan siquiera escuchar su versión de los hechos. Todo en nombre de una supuesta brutalidad innata en el sexo masculino y la supuesta debilidad femenina. No interesan las verdaderas estadísticas, ni los miles de hombres desesperados que se suicidan cada año.

En las redes sociales se lanzan tuits, se publican fotografías o se insertan noticias falsas, sin que nada ocurra, a pesar de que puedan arruinar la existencia y la trayectoria vital de una persona. Todo bajo el lema: “una mentira, repetida mil veces se convierte en una verdad”.

Escritores, columnistas, periodistas, se autocensuran. Intentan no contar la verdad, porque les puede traer problemas legales. Se trata de un retroceso en las libertades públicas impensable hace años.

Estamos en una sociedad en la que se miente descaradamente con fines espúreos en ocasiones, y por ignorancia en otras. ¿Hasta cuándo vamos a permitirlo? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar?

No olvidemos que el imperio de la mentira suele acabar en el imperio del mal, como ocurrió en la Alemania nazi. Debemos luchar contra ella con todas nuestras fuerzas, intentando que la verdad y toda la verdad, ocupe un lugar en nuestras mentes y corazones. Es hora de mujeres y hombres valientes, dignifiquen la vida pública. Y que todos enseñemos a las nuevas generaciones la sentencia que siempre repetía –hace tantos años ya-, Don Pablo, mi sabio maestro de primaria: “La mentira es el escudo de los ignorantes y las malas personas”.

 ¿A quién la importa la verdad?

A mi. ¿Y a usted?