domingo, 15 diciembre 2024

¿Fuego amigo entre Juan Carlos I y Felipe VI? 

Federico Jiménez Losantos denunció hace unos días en esRadio que en España existen dos Casas Reales: la actual que está dirigida por Jaime Alfonsín y coronada por Felipe VI y la emérita comandada por Fernando Almansa y coronada por Juan Carlos I. Mucho se ha escrito sobre la distancia entre padre e hijo desde la abdicación de 2014 y un proceso judicial que afectó a la Infanta Cristina, fuera de las fotografías de Moncloa desde que se destapó su escándalo. En la caída de Juan Carlos I se mezclaron escándalos financiero-sentimentales como Botswana y el juicio de la su hija. Felipe VI guardó prudente distancia con su padre, al que los medios machacan con la misma intensidad que años atrás guardaron silencio. Felipe VI, consciente del descrédito de su padre, parece querer restaurar la imagen del emérito otorgándole un papel principal en algunos actos como la Pascua Militar, fiesta a la que Juan Carlos I no acudía desde su renuncia.

Esta acercamiento se podría enfriar tras filtrarse que Juan Carlos I viajó a Ginebra para celebrar el cumpleaños de Iñaki Urdangarín, vetado en Zarzuela de por vida. Mariángel Alcázar analizaba hace unos días en Lecturas el divorcio familiar de la Casa Borbón y señalaba que algunas heridas se han curado después de que Juan Carlos I haya aceptado las rigurosas normas marcadas por su hijo: «Ni Iñaki ni Cristina forman parte de la familia real, pero siguen siendo familiares del Rey. El pasado 5 de enero, el rey Juan Carlos convocó una comida en la Zarzuela a la que asistieron setenta de sus parientes: estuvieron sus hermanas, sus sobrinos, sus primos y algunos parientes aún más lejanos pero no la segunda de sus hijos. La estampa familiar de la foto que facilitó la Zarzuela evidenció que en la celebración del 80º cumpleaños del rey Juan Carlos se impusieron las normas impuesta por el rey Felipe que decretó en su día el alejamiento institucional de los Urdangarin y que, seguramente y a su pesar, porque Felipe de Borbón adoraba a su hermana Cristina, han provocado, también una ruptura familiar irreversible».

Y añadía: «El rey Juan Carlos se debe ahora a lo que marca su hijo, no por hijo, sino por Rey, y le obedece en el plano oficial, como Felipe de Borbón, siguió las indicaciones de su padre cuando era Príncipe de Asturias pero Juan Carlos de Borbón, como padre, puede hacer lo que le quiera y la prueba es que, de alguna manera, ha querido compensar a su hija del evidente agravio que supuso que no pudiera asistir al 80º cumpleaños de su padre. Qué no pasaría en la Zarzuela para que el rey Juan Carlos, seguramente consciente de que su presencia en el cumpleaños de Iñaki Urdangarin le supondrá más críticas que alabanzas, decidiera desplazarse hasta Ginebra en un día tan señalado en el que necesariamente resultaría imposible pasar desapercibido». 

La venganza de su cumpleaños se la pudo cobrar Juan Carlos I en Ginebra. Pero sea como fuere, el emérito no debe estar cómodo después de que el juez Castro haya dado su versión sobre las presiones que sufrió desde el sector político en el juicio de la Infanta. Lo ha hecho en el libro La Pieza 25 de Pilar Urbano, que le atribuye estas palabras: «Parecía claro que, como Aizoon no repartió dividendos desde que se creó, todos esos gastos a lo largo del tiempo no eran sino un reparto de beneficios encubierto, fiscalmente opaco. De ese modo el matrimonio conseguía dos ventajas fiscales. Si hubiese repartido dividendos, al declarar como ingresos esos beneficios, se habrían aumentado en ambos sus bases imponibles y hubiesen tenido que tributar por ellas al porcentaje establecido por el IRPF. Al no repartir dividendos, se ahorraron ese pago de impuestos, en detrimento de Hacienda. En cambio, y ésta era la segunda ventaja, invirtieron esos beneficios en gastos privados… pero disfrazándolos como gastos de explotación de la empresa Aizoon, con facturas contra Aizoon, que obviamente aminoraban la base imponible del Impuesto de Sociedades y con ello la cuota a pagar al fisco. Asombroso malabarismo: el solo hecho de un reparto de dividendos encubierto generaba dos fraudes fiscales en él y dos fraudes fiscales en ella».


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