El desastroso epílogo en Cataluña

Algún día, supongo, sabremos qué fue lo que ocurrió ayer. Espero que sea más pronto que tarde, porque si de verdad hubo una mínima posibilidad de evitar que se aplicara la excepcionalidad del artículo 155 de la Constitución, debería de haberse intentado. ¿De quién fue la culpa? Yo hoy o lo sé, lo digo con toda la sinceridad del mundo. Pero el caso es que si a medio día surgía la esperanza de una convocatoria de elecciones, horas después se desvaneció.

Todo lo que ocurrió fue un despropósito, adornado con un cierto recochineo. Primero a una hora, luego a otra, después que no, más tarde que sí, ahora en el Palau, luego en el Parlament, y de vuelta en el Palau. Más o menos. Una coña marinera. Nadie, y mucho menos la sociedad catalana, sea esta indepe o no, se merece semejante tomadura de pelo, para acabar además sin saber realmente a que se está jugando y cual será la consecuencia.

No cabe hoy contar nada nuevo sobre lo que ocurrió ayer, porque ya es imposible tener un mínimo de información fiable, pues de uno y otro lado se juega con nosotros, los periodistas, a la ceremonia de la confusión. Pero si hoy ocurre lo que parece que puede ocurrir, es decir, declaración de independencia y aplicación del 155, habremos entrado en un oscuro túnel del que difícilmente podremos ver luz al final, y habrá que circular por el a oscura durante bastante tiempo.

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Si es así, y ya les digo que no me atrevo a vaticinar nada, estaremos ante el peor escenario posible que es, por otra parte, el que yo llevo desde siempre creyendo que va a ocurrir. Y lo es porque la experiencia dice que ese escenario acaba siempre de manera violenta, en un epílogo desastroso, como ya ocurrió en la Semana Trágica de 1934. Precisamente un 9 de octubre de ese año ‘La Vanguardia’ publicaba  una nota que decía así:

“Jurarle, a la madre patria, que nunca más la mayoría de catalanes volverá a delegar su representación en débiles, en incapaces, en improvisados, en simples demagogos frenéticos, en verdaderos vesánicos. Esto que ha ocurrido es el lógico, el previsto, el fatal, el desastroso epílogo a un largo y profundo proceso de descomposición política en la que los aventureros han terminado por arrinconar a los responsables, y los dementes a los cuerdos. Si, al menos, jurásemos que no volverá a ocurrir nunca mas ¡y lo cumpliésemos! Pues ¿de que serviría esta amarga, esta insoportable, esta humillante demostración, si no sirve de escarmiento para lo venidero?”

Ojalá no haya que repetir esas palabras dentro de unos días, pero me temo lo peor.