William Magnuson para Bloomberg
Han pasado 10 años desde la última crisis financiera, y algunos ya comienzan a predecir que la próxima se acerca, pero cuando llegue, lo más probable es que sus raíces se escondan en Silicon Valley, no en Wall Street.
El mundo de las finanzas se ve muy diferente hoy a lo que era hace 10 años. En 2007, nuestra mayor preocupación era “esto es muy grande como para fallar”. Los bancos de Wall Street crecieron a tamaños asombrosos y se volvieron tan esenciales para la salud del sistema financiero, que ningún gobierno habría dejado que fracasaran. Conscientes de su estatus, las entidades hicieron apuestas riesgosas en los mercados inmobiliarios e inventaron derivados cada vez más complicados. El resultado fue la peor crisis financiera desde la Gran Depresión.
En los años transcurridos desde 2007, hemos avanzado mucho. Los bancos están mejor capitalizados. Los bancos llevan a cabo pruebas regulares de las grandes instituciones. Y la Ley Dodd-Frank impone estrictos requisitos a las instituciones financieras para colocar sus recursos.
Sin embargo, aunque estas reformas han logrado reducir los riesgos que causaron la última crisis, se han ignorado, y en algunos casos exacerbado, los riesgos emergentes que pueden causar la siguiente…
Desde 2007, la tremenda ola de innovación ha barrido al sector financiero, afectando casi todos los aspectos de las finanzas. Nuevas startups como Betterment y Wealthfront han comenzado a dispensar asesoramiento financiero basado en cálculos algorítmicos, con poca o ninguna ayuda humana. Alternativas de financiación como Kickstarter o Lending Club crearon nuevas formas de recaudar dinero. Las nuevas monedas virtuales como bitcoin o ethereum han cambiado radicalmente nuestra comprensión de cómo el dinero puede y debe funcionar.
Al reducir el costo de las transacciones, estas fintech han engrasado las ruedas de las finanzas.
Estos mercados de tecnología financiera están poblados de pequeñas startups, lo opuesto a los grandes y concentrados bancos de Wall Street que durante tanto tiempo han dominado las finanzas. Y han traído grandes beneficios a inversores y consumidores. Al automatizar la toma de decisiones y reducir el costo de las transacciones, estas fintech han engrasado las ruedas de las finanzas. También ha ampliado el acceso al capital a grupos sin atención, haciendo que las finanzas sean más democráticas.
Pero las revoluciones a menudo terminan en destrucción. Y la revolución de las tecnológicas ha creado un ambiente inestable. Lo hace en tres formas.
En primer lugar, las empresas tecnológicas son vulnerables a choques rápidos. Debido a que son pequeñas y sin diversificación en sus negocios, pueden fácilmente caer cuando golpean un obstáculo. Un caso es el de Mt. Gox, con sede en Tokio, que fue el mayor comercializador de bitcoins del mundo hasta que una aparente brecha de seguridad en 2014 causó que sus pérdidas ascendieran a 3.500 millones de dólares (2.920 millones de euros).
En segundo lugar, las empresas tecnológicas son más difíciles de controlar que las financieras convencionales. Debido a que se basan en algoritmos informáticos complejos para muchas de sus funciones, es difícil obtener una imagen clara de los riesgos y recompensas. Y debido a que muchas de sus tecnologías son nuevas, pueden quedar fuera del alcance de estructuras reguladoras viejas y anticuadas. La reciente proliferación de Ofertas Iniciales de Moneda, por ejemplo, dejó a los reguladores de todo el mundo buscando cómo responder.
En tercer lugar, las tecnológicas no han desarrollado conjuntamente normas para guiarse. En 2008, cuando Lehman Brothers estaba al borde de la quiebra, los mayores bancos de inversión de Wall Street se reunieron en Nueva York para evitar un mayor pánico. Es difícil imaginar que algo así suceda en el mundo digital. La industria es tan nueva, y los jugadores tan diversos, que las empresas tienen escasos incentivos para cooperar por el bien mayor. Priorizan el crecimiento agresivo y una conducta imprudente.
Entonces, ¿cómo hacer que Silicon Valley sea más seguro? No hay respuestas fáciles, pero podría empezarse por mirar más allá de los gobiernos empresariales. En Abu Dhabi y Singapur se han lanzado nuevas “cajas de seguridad regulatorias”, donde las empresas pueden cooperar con los reguladores para garantizar la seguridad y la solidez de sus negocios. La Autoridad de Conducta Financiera de Londres ha creado un programa similar que se ve prometedor.