Rajoy le concede a Urkullu el trato que le negó a Artur Mas

Mariano Rajoy ha vuelto a reunirse, discretamente, con el lehendakari vasco Íñigo Urkullo. La relación entre los dos políticos y entre los dos gobiernos, central y vasco, pasa por su mejor momento como lo atestigua el acuerdo para cerrar los Presupuestos de 2018, y antes el de 2017. Pero, hasta ahora, el diálogo entre ambos ejecutivos se limitaba a las cuentas del Estado y a la contrapartida económica como precio de ese apoyo.

Pero eso ha cambiado, porque el jefe del Ejecutivo vasco quiere aprovechar esta buena sintonía con Madrid para conseguir más cosas, fundamentalmente competencias que hasta ahora no tenía y que el Gobierno central podría comprometerse a transferir antes de que acabe la legislatura, a cambio de que los cinco diputados del PNV mantengan su apoyo al PP hasta el final.

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¿Qué competencias son esas? Básicamente la de Seguridad Social y Prisiones. Esta última tiene un componente político añadido que el Gobierno del PP deberá explicar muy bien para que no se le acuse de haber cedido en una materia muy sensible, puesto que ceder esa competencia implica ceder también al acercamiento de presos de ETA al País Vasco.

Las diferencias con Mas

Nada más, y nada menos. Lo cierto es que Rajoy está dando a Urkullu un trato preferencial, el que no le dio sin embargo a Artur Mas cuando fue a verle en 2012 para pedirle un nuevo sistema de financiación para Cataluña. Rajoy le dio con la puerta en las narices, y ni siquiera el Gobierno consideró como viables las 48 propuestas que le hizo la Generalitat de Cataluña.

Cierto que una vez que el Govern ha apostado por echarse al monte, poco más se podía hacer, pero a lo mejor se habría esquivado este choque de trenes que ya parece inevitable. La diferencia es que Mas acudió a Moncloa cuando Rajoy tenía mayoría absoluta, y Urkullu lo hace cuando el PP gobierna en minoría y con serios problemas para encontrar esos 176 escaños que necesita para aprobar sus leyes.

Y eso tampoco dice nada bueno el Gobierno central dispuesto a vender su permanencia a cualquier precio cuando lo necesita. Pero en el difícil arte del equilibrio político, Urkullu es quien sale ganando.