Pablo Iglesias nunca será presidente del Gobierno. Lo dijo, contundente, Albert Rivera en su discurso durante el debate de la moción de censura, e Iglesias no se lo perdonará en la vida, entre otras cosas porque sabe que tiene razón. Pero eso no significa que Iglesias haya cavado su tumba política, ni mucho menos. Más bien al contrario, ha conseguido lo que quería: atraer al PSOE a su terreno.
La mano tendida de Ábalos durante su intervención, y los primeros contactos que ya han tenido Iglesias y Sánchez evidencian que el dirigente de Podemos ha conseguido en buena medida volver a la situación anterior a la de aquel famoso 1 de octubre en el que los barones socialistas desbancaron a Sánchez del poder en el PSOE.
Si a eso añadimos la tribuna publicada por el reelegido secretario general socialista en la que afirma que intentará de nuevo unir a todas las fuerzas de progreso para echar al PP, en efecto nos volvemos a situar en la casilla de salida. Con una diferencia: esta vez Iglesias está dispuesto a asumir lo que haga falta para llegar a un acuerdo, incluso cambiar su posición sobre el tema de Cataluña, y de ahí se explica en buena medida la ambigüedad con la que trató este tema en el debate, sin querer mojarse en ninguna dirección.
Iglesias ya no va a jugar a ser presidente, pero si a controlar la situación. El error del PSOE tendiendo la mano para atraer así al electorado de izquierdas –este fin de semana celebra un congreso en el que el lema es “Somos Izquierda”- le aleja de los sectores más moderados de la sociedad, y eso deja un nicho de mercado electoral importante para Ciudadanos que de ese modo crecerá por la izquierda con el votante moderado socialista, y por la derecha con el desencantado del PP.
Pero, sobre todo, convierte al PSOE en una fuerza que estará siempre a la par de Podemos, de tal modo que le entrega a Iglesias una parte sustancial de su capital electoral y se encadena definitivamente a la formación morada para poder gobernar en cualquier parte, sea municipal, autonómica o nacional.
Este es, sin duda, el éxito de la moción de censura de Pablo Iglesias: no ha conseguido echar a Rajoy, pero ha vuelto a estrechar lazos con el PSOE consciente de que el suyo es el abrazo del oso. Lo que no se comprende es que a estas alturas, y después de todo lo vivido, en el PSOE sigan sin ser conscientes del riesgo que tiene tender la mano a este Podemos.