Si alguien dice en voz alta por la calle «ojalá hubiese tenido un aborto«, sin dar más detalles, lo más probable es que todo el mundo que pase junto a dicha persona piense que es imbécil y siga caminando.
Si eres famoso, lo dices en un podcast, la gente lo oye, lo empieza a difundir en Twitter, y se convierte en un fenómeno viral, la gente dudará entre llamarte idiota y/o pedir tu cabeza, en función de lo radicales y/o religiosos que sean.
Es lo que le ha pasado a Lena Dunham, la cabeza detrás de esa serie llamada Girls la cual, lo reconozco, fui incapaz de ver durante más de cinco minutos.
El problema es que Dunham no ha escrito esa línea en Twitter, ni la ha gritado fuera de contexto. Lo que ella quería decir era, básicamente, que no tenía una historia de aborto que contar en su biografía y que le gustaría tenerla para estar en condiciones de solidarizarse con quienes sí han sufrido.
Lo cual, así dicho, es una tontería. Es como si una abogada que defiende a mujeres maltratadas dice que le gustaría haber sufrido abusos para saber mejor de lo que habla en el tribunal.
¿O no lo es tanto?
Lena Dunham ha desarrollado su carrera básicamente hablando de sí misma y de las cosas que conoce. Su primera película, Tiny Furniture, era básicamente autobiográfica. Y en Girls, básicamente, hablaba de cosas con las que estaba familiarizada: La vida de mujeres blancas anglosajonas protestantes o judías en Nueva York.
Curiosamente, Girls despertó bastante polémica por el hecho de que entre el reparto había poca diversidad racial. Preguntada al respecto, Dunham dijo lo siguiente: «No es que crea que la experiencia entre una chica afroamericana y una chica blanca sean drásticamente distintas, pero tiene que haber una especificidad en esa experiencia de la que no era capaz de hablar. Escribí la serie desde las tripas, y cada personaje era una pieza de mí o estaba basado en alguien cercano a mi». ¿Os suena?
Si nos atenemos a un tipo de personalidad que, básicamente, toma sus experiencias como la base de su trabajo, ¿Tan raro es que en cierta manera le parezca deseable tener experiencias que le permitan ampliar el espectro de los temas que toca?
Incluso si lo dicho es una estupidez a poco que lo pienses –porque no creo que ninguna expresión artística justifique someterse a algo así-, la frase tiene un contexto en boca de Dunham del que carecería de haberla pronunciado Paris Hilton.
He escuchado a compañeros, corresponsales de guerra veteranos, decir que quieren ser enviados a conflictos de los que las víctimas están deseando salir, precisamente para contar esa experiencia, ampliar el conocimiento de la situación y, en la medida de lo posible, contribuir a su resolución.
No creo, sinceramente, que la desafortunada frase de la guionista, actriz y directora, sea una banalización intencionada de la experiencia traumática que supone un aborto, o una consideración «turística» del mismo. Está diciendo, básicamente, que si tuviese esa experiencia podría explicarla mejor y contribuir así a la percepción social sobre dicha situación.
Hablamos de la posverdad cuando nos referimos a las situaciones, cada vez menos frecuentes, en las que los hechos objetivos tienen menos impacto en la opinión pública que las llamadas a las emociones de la masa o al incentivo de las ideas preconcebidas.
Esto tiene mucho que ver con cómo un amplio porcentaje de la población saca de casi cualquier información sólo un titular simple y sin matices. Éste es muy fácil de reconvertir en tuit y transmitir de forma masiva en busca de una reacción popular a favor o en contra del tema en cuestión.
Pero hay que comprender que el contexto de unas declaraciones puede llegar a ser casi más importante que éstas. Puedo entender que un tuit sea malinterpretado porque no esté sujeto a contexto y depende de quien lo escribe evitar la polémica o suscitarla. ¿Pero unas declaraciones que sí estaban contextualizadas y que se han reconvertido en tuit?
Estamos en un entorno de una susceptibilidad tan absoluta con ideas con las que no comulgamos, incluso cuando no nos hemos tomado la molestia de escucharlas completas, que es prácticamente imposible escapar de los juicios morales arbitrarios y, aparentemente, instantáneos, de la masa.
Un ejemplo perfecto fue el ataque mediático que derivó en un proceso judicial contra el concejal de Ahora Madrid Guillermo Zapata por un tuit que escribió, aparentemente, sobre Irene Villa y las niñas de Alcácer. Pero que no tenía absolutamente nada que ver con el terrorismo de ETA o con ese terrible asesinato.
Yo mismo participé aquella noche en el movimiento de solidaridad tuitera que siguió al despido de Nacho Vigalondo de El País por un chiste de humor negro sobre el Holocausto. Incluso escribí sobre ello en su día.
En el juicio por supuesta humillación a víctimas del terrorismo, del que salió absuelto, el concejal subrayaba lo siguiente: «Los chistes producen exageraciones. Los chistes de humor negro sitúan a personajes en una situación de mezcla de angustia e hilaridad. No pretendí que el chiste tuviera gracia, sino que lo sitúo en un determinado debate (…) Está entrecomillado porque era un chiste que se contaba cuando yo era más pequeño (…) Había un debate público en torno a los límites del humor y lo que se podía decir o no en la red».
Avanzamos hacia la intolerancia a pasos agigantados.
No me cae bien Lena Dunham. En realidad, tampoco me cae mal. Es una persona pública razonablemente relevante cuyo trabajo me importa bastante poco. ¿Para qué tomarme la molestia de entender qué ha dicho, por qué lo ha dicho y qué justifica unas palabras en apariencia tan idiotas cuando realmente al 90% de la población le vale con insultarla en las redes y en los medios asumiendo que lo que ha dicho es la peor interpretación entre un rango de significados posibles?
Porque lo más interesante es que a Dunham le están cayendo de todos los colores. De los antiabortistas, por «trivializar sobre el aborto», fomentándolo, o de los abortistas, por «trivializar sobre el aborto» y minimizar el trauma que representa para quienes se ven obligadas a someterse a uno.
Porque pararte un minuto a insultar a toda velocidad es fácil, pero entender los temas y debatir sobre ellos nos lleva a un esfuerzo como ciudadanos que pocos estamos dispuestos a asumir, entretenidos como estamos entre flame y flame.