Uno de los más conocidos empresarios del país lo repetía públicamente en los peores momentos del PP durante la primera legislatura de Mariano Rajoy: ‘hace falta un Podemos de derechas’. Eran los tiempos en los que los populares perdían apoyos a chorros y la formación morada, surgida al calor de las movilizaciones del 15-M, cobraba un auge desproporcionado. Era el momento en el que sembraba el pavor, no solo de los socialistas, que en las semanas previas a los comicios del 20-D de 2015 se veían superados demoscópicamente por el partido de Pablo Iglesias sino, sobre todo, de la clase financiera y empresarial española y de una gran mayoría de capas ‘bienpensantes’ de la sociedad patria. Un nutrido sector del electorado que no quería volver a votar, bajo ningún concepto, a un PP ahogado por los escándalos de corrupción pero que se mostraba aterrado ante la idea de que Iglesias, Errejón, Monedero y los suyos convirtieran a España en una Venezuela del mediterráneo.
Y en esto llegó Albert…
Un chico listo y con carisma. Aquel joven abogado de Barcelona que había eclosionado, de la nada, en Cataluña, plantando cara al nacionalismo convergente y al secesionismo tradicional de ERC -aún no existía la filobatasuna CUP- y que, con una envidiable dialéctica, ocupó primero el espacio españolista que un acomplejado PP había dejado en su comunidad y decidió después dar el salto a la política nacional.
Los populares, en caída libre en las encuestas, ya habían encontrado su complemento. Perfecto para ‘el Sistema; todos los escaños que pudiera perder Rajoy, que fueran a parar a los de Rivera. Y aquí paz y después gloria. Pero las cosas no son tan sencillas como las dibujan algunos ‘gurús’ en pizarras que después poco tienen que ver con lo que va ocurriendo. Tras esos comicios del 20-D en los que Rajoy perdió la friolera de 62 escaños, se evidenció que los ‘naranjas’ escondían un ‘corazoncito socialdemócrata’ que les llevó, en primer término, a buscar acuerdos – el ‘pacto del abrazo’- con los socialistas de Pedro Sánchez para formar una mayoría de izquierdas. ‘No era esto, no era esto…’, debieron pensar muchos electores liberales y conservadores, desencantados ante los pasos que daba su líder ‘alternativo’.
Ciudadanos corre el riesgo de perder su hueco y caer en la irrelevancia
Las elecciones del 26-J, no modificaron mucho el panorama porque, aunque Rajoy recuperó escaños, no lo hizo en número suficiente y, aunque Rivera y los suyos parecieron entender la lección y abrazar a los populares dando la espalda a los socialistas, tuvo que ser un ‘golpe de Estado’ en el seno de la formación del puño y la rosa, con el descabezamiento de su empecinado líder -el del ‘No es No’, lo que facilitara al fin la presidencia a Mariano Rajoy. C’s era decisivo… ‘ma non troppo’. Y a fe que, en los primeros compases de la negociación que finalmente aupó a Rajoy a su segundo mandato, los ‘naranjas’ se pusieron de moda. Parecía que sus exigencias iban a ser la permanente espada de Damocles para el Ejecutivo. Pero un inteligente doble empeño del presidente del Gobierno en, por un lado ir ninguneando a quienes ha considerado siempre como ‘unos chicos advenedizos del último cuarto de hora’ y, por el otro, dar relevancia a un PSOE herido de muerte y seriamente amenazado por los antisistema de Podemos, ha ido desplazando a C’s al rincón del cuadrilátero.
Un parlamento ‘ahorcado’
¿Y ahora qué? Pues, al igual que en Gran Bretaña en 2010, estamos ante un ‘hung Parliament’, o ‘Parlamento ahorcado’, en el que, como David Cameron por aquellas fechas, los conservadores tienen mayoría pero no suficiente. Los 307 escaños que el líder ‘torie’ cosechó en aquella ocasión, sobre los 326 necesarios para la mayoría absoluta, recuerdan mucho a los 137 de hoy -frente a los 176 necesarios- de Rajoy.
Cameron en 2010, al igual que el gallego en 2016, llevaron a su partido a una victoria, pero insuficiente. Y pese a que, como afirma Benjamín Disraeli, ‘Gran Bretaña no ama las coaliciones’, no hubo otra alternativa para lograr un gobierno estable y duradero que el matrimonio político entre David Cameron y el joven líder liberal Nick Clegg.
Como en España, con el apoyo a día de hoy de Ciudadanos al PP, aunque en cada votación los de Rivera se empeñen en disimular que no han decidido ya de antemano el apoyar las iniciativas parlamentarias gubernamentales. Hay, eso sí, una diferencia substancial: en Gran Bretaña, los liberal-demócratas aceptaron una vicepresidencia y varias carteras. Justo lo que aquí se han negado a hacer los de Rivera, ‘para no desgastarse’. Grave error en opinión de algunos estrategas que creen exactamente lo contrario: que lo que desgasta es el participar de las decisiones gubernamentales sin estar en el Ejecutivo.
¿De decisivos a irrelevantes?
Está por ver si, tal y como ocurrió con Clegg, ese papel de ‘muleta’ conduce a C’s a la irrelevancia o refuerza aún más su posición como recambio, a medio plazo, de la desgastada gaviota. A Clegg no le salió bien porque pasó de la vicepresidencia a ‘multiplicarse por cero’ políticamente. Y ello a pesar de que en los primeros compases de aquel Gobierno, Cameron se vio obligado a aceptar las imposiciones de unos liberal-demócratas muy escorados hacia el centro-izquierda (¿les suena?): reforma de la Cámara de los Lores, reforma constitucional o aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo, por poner solo algunos ejemplos. Unos condicionantes ideológicos que no impidieron al líder conservador ganar las siguientes elecciones generales de 2015 por una mayoría absoluta de 6 escaños.
¿Quién se acuerda hoy de Nick Clegg? ¿Quien se acordará en cuatro años de Albert Rivera? Solo los propios errores, como el referendum sobre el Brexit y la eterna ‘patata caliente’ escocesa, han apartado a Cameron del poder. ¿Le ocurrirá lo mismo a Rajoy, a quien solo parece importunar a día de hoy la cuestión catalana? El tiempo lo dirá.