Es una historia que ha pasado desapercibida, pero que merece ser contada: el apéndice mató a Dios.
Aunque se trató de un gran malentendido. Un homicidio involuntario.
La cantidad de personas que han padecido, padecen o padecerán apendicitis en los últimos 50 años es inmensa. Prácticamente todas ellas vivieron, viven o vivirán todavía durante mucho tiempo. Porque nadie se muere de apendicitis. O casi nadie: 1 de cada 100.000 personas lo hace. Que es una tasa seguramente inferior a las personas que se mueren haciendo la cama, comiendo a aceitunas o viendo El último tango en París.
Un día sintieron un dolor repentino, enorme, en la zona del abdomen. Se les había inflamado el apéndice. En tales casos, no queda otra que hospitalizar con urgencia, intervenir quirúrgicamente y extraer ese vestigio evolutivo que al parecer es el apéndice.
Nadie se muere de apendicitis, decimos, pero cuántos han sufrido ese infinito dolor en el que uno desearía incluso que lo destripasen allí mismo.
No hay exageración: más de un 15% de las personas que nos encontramos por la calle (a lo peor nosotros mismos), no tienen apéndice. No porque nacieran sin él, sino porque se lo han tenido que sacar.
Y, sin embargo, por ahí van, tan contentas, sin ningún riesgo para su vida. Porque nadie al que se le haya extirpado el apéndice nunca, jamás, necesitó un trasplante, un nuevo apéndice. Pero, entonces, ¿no sirve para nada?
La pregunta esconde una ‘malicia’ extraordinaria. Si no sirve para nada, ¿para qué está ahí? Esta pregunta se la hizo un hombre de mediana edad a un sacerdote luterano en una pequeña ciudad alemana hace más de 300 años. Se la hizo o se la pudo haber hecho.
Porque el apéndice se conoce desde el siglo XVI. Y seguramente desde el primer suscitó una gran de preguntas.
El apéndice es una especie de bolsita cilíndrica, algunos dicen pitillito, que despunta o sobresale del ciego, la protuberancia o porción primera del intestino grueso. No parece participar en las funciones de digestión última que corresponden al intestino grueso y, por eso, se lo ha calificado de inútil.
El problema es que, en tanto que creados a imagen y semejanza… ¿por que Dios habría de colocar eso ahí, sobre todo teniendo en cuenta la facilidad con la que se infecta, inflama y nos hace doblar de dolor?
Ahí la cuestión. El apéndice era una una burla tan grande al plan de Dios que, por fuerza, tenía que acabar sembrando la duda.
El apéndice alberga bacterias, bacterias buenas, y ayuda al intestino a combatir enfermedades
Sin embargo, puede que el apéndice no sea tan inútil. Desde hace más de 10 años, los científicos, que han recogido el testigo de Yahvé, su misma ambición y su misma inconsciencia, se han esforzado mucho por descubrir la función del apéndice. Ya que, según ellos, que podamos vivir perfectamente sin él no significa que no tenga una función.
Y así han ensayado una respuesta, vinculando la función del apéndice con el sistema inmunológico. El apéndice, nos dicen, alberga bacterias, bacterias buenas, y ayuda al intestino a combatir enfermedades.
Puede ser. Pero también sabemos que, extirpado, no hay problema: en el ciego y en otros lugares del intestino hay tejidos productores de células inmunitarias que compensan la pérdida.
De modo que: ¿sirve para algo, el apéndice? Pues sí: sirve para padecer apendicitis.