Xosé Luis Barreiro: ¿el regreso del Maquiavelo gallego?

Comienza este relato en un punto indeterminado de Galicia. O tal vez no; pongamos que fuera en Perbes. Durante un suave verano de finales de los setenta en el que, la bruma de las Rías Altas, procuraba unas dulces siestas con sabor de adormidera:
– Don Manuel! Hay un vecino en la puerta que dice que quiere saludarle.
– ¿Quién es y qué desea?
– Dice que se llama Rosendo Naseiro y que es de una parroquia de por aquí. Creo que tiene negocios de… no sé qué y trae unos huevos de gallina para usted.
La historia posterior, ya la conocen. Así elegía a veces Fraga -o se iba encontrando por el camino- a sus colaboradores.
fraga-jovenValga este introito para hilarlo con la historia de nuestro protagonista, porque con Xosé Luis Barreiro Rivas ocurrió algo parecido. De surrealista, queremos decir. Joven de familia humilde y listo, muy listo. De orígenes izquierdistas (casi todos los chicos listos de la época provenían de ese tronco), con formación política y vocación de seminarista, a principios de los 80 contestó un anuncio en la prensa local: «Se busca colaborador para asociación política de nueva creación». Y allá que fue, aunque no eran precisamente ‘de los suyos’.
Exfranquistas de la época, habían llamado al invento ‘Unión Demócrata Española’. Los lideraba un fenómeno que fuera en otro tiempo ministro de Obras Públicas con Franco, ‘el ministro eficacia’ le llamaban, Federico Silva Muñoz y que era de Benavente, por cierto, porque los gallegos más listos llegaban todos de Zamora (o terminaban allí) -miren si no a Otero Novas, o a Ana Pastor Julián-. Todos acabaron en aquella primera Alianza Popular de Manuel Fraga. Y allí fue donde el ‘patrón’ se fijó en él.
Hubiera podido hacerlo desde el principio en Mariano Rajoy, joven registrador con idéntica vocación de medrar en política, pero el entonces presidente de Alianza Popular solo tenía ojos para Xosé Luis Barreiro. Dicen incluso que en una ocasión, harto ya de Jorge Verstringe, le llegó a sugerir ‘heredar’ la Secretaría General. La especie no está confirmada pero no es inverosímil. De aquellos tiempos de la ‘paleotransición’ en Galicia data ya la mala relación entre Rajoy y Barreiro. Después vendrían otros personajes que harían mucho más daño al actual presidente del Gobierno -personal incluso, difundiendo historias tan crueles como falsas– como Xosé Cuiña Crespo, que llegó a ser tiempo después el ‘delfín’ de Fraga. Pero esa es otra historia.

Vicepresidente de la Xunta. Primero con AP… después con el PSOE.

Fue otro gallego listo, Pío Cabanillas Gallas, el que definió a Barreiro Rivas como un tío ‘más listo que Rasputín’. Cuando Alianza Popular ganó las primeras elecciones autonómicas en Galicia a la entonces todopoderosa UCD, el médico Xerardo Fernández Albor formó su primer gobierno al que se llevó a Barreiro como vicepresidente. El Ejecutivo formado por aquel proctólogo compostelano no fue, precisamente, un ejemplo de gestión. Albor, cuyo desinterés por la política era colosal, era conocido como el ‘m erendiñas’ por su afición a organizarlas y se hizo célebre en Santiago porque de él se decía que se dormía en los consejos de Gobierno -o que en el mejor de los casos los pasaba leyendo el ‘ABC’-. Un desastre.
Barreiro fue aglutinando a un grupo de políticos, tan ansiosos de poder como él mismo y les hizo suscribir un pacto, ‘La conjura de la Biblia’, que rubricaron sobre un ejemplar del texto sagrado que el entonces vicepresidente de la Xunta tenía en su elegante domicilio de Santiago de Compostela. Para una novela de Julia Navarro o Matilde Asensi no hubiera estado mal. Pretendían desalojar a Fernández Albor y quedarse con el poder. Pero Fraga les deshizo. Literalmente. Prometió a Barreiro, al que respetaba intelectualmente, la Secretaría General del partido en Galicia. Este se negó y se fue, de un portazo, a fundar otro partido. Un grupúsculo que acabó en la histórica ‘Coalición Galega’.
Desde esa formación, Barreiro, que tras abandonar Alianza Popular había sido sustituido en la vicepresidencia de la Xunta por Mariano Rajoy, terminó de ‘cocinar’ su operación de regreso al poder. Fraga llegó a ‘amenazarle’ con enterrarle, políticamente se entiende, bajo siete metros de tierra. A Barreiro le dio igual. Se unió al ‘baranda’ socialista de la época, Fernando González Laxe, y entre todos consiguieron desalojar a Fernández Albor con una moción de censura que le devolvió a la vicepresidencia… pero en este caso con un Gobierno socialista. Dos vicepresidencias con dos Gobiernos de diferente color en el plazo de unos pocos meses, entre 1986 y 1987. Todo un artista de la pista. Por ello, algunos han pretendido hacerle pasar a la historia, de forma incorrecta, como el primer ‘tránsfuga’ relevante de la política española. Aunque en puridad no lo fue nunca porque abandonó su partido para fundar otro nuevo.
Inhabilitación judicial y destierro
Fraga nunca se lo perdonó y, no mucho tiempo después, algunos vieron su larga mano en una maniobra judicial que terminó con la inhabilitación de Barreiro y su expulsión de la política a las tinieblas exteriores. El caso judicial, a la luz de lo que ha ocurrido en España en las décadas posteriores, sería casi una tontería. Barreiro Rivas ‘apareció’ como uno de los gestores de una concesión administrativa de lotería rápida a una empresa que ni siquiera estaba constituida. Más tarde aparecieron los nombres de los Lao y de los Franco. Los dueños del juego en la España de la época.
El precio de aquella concesión nunca fue del todo cuantificado aunque se quiso cifrar en varios cientos de millones de pesetas. Entre trescientos y quinientos, tal vez. Mucho dinero de entonces. La venganza, vía judicial, contra aquel a quien Fraga llegó a calificar de ‘felón’ y ‘traidor’ se había consumado, aunque las urnas ya le habían condenado. En 1989, Barreiro se quedó a unos cientos de votos de obtener escaño por su provincia, Pontevedra. Hubiera sido el escaño 38 que, por este escaso margen, fue a parar a la Alianza Popular de Fraga. La cámara gallega tiene 75 asientos y así las cosas, los populares obtuvieron 38 y la suma de todos los demás únicamente 37. Fin por tanto del Gobierno del socialista Laxe y primera mayoría absoluta de un Fraga que ya nunca volvió a la política nacional. Cuentan que fue aquella ‘traición’ de un Xosé Luis Barreiro, que desde entonces se dedica a su cátedra universitaria y al análisis político en la prensa gallega, la que terminó por convencer al viejo patrón de la derecha española de abandonar definitivamente Madrid y retirarse a Galicia.
El pasado siempre vuelve
Así eran las cosas en Galicia. Así fueron casi siempre. A veces unos cientos de votos -una bagatela fácil de conseguir de aldea en aldea- decidían el futuro. De ahí la importancia de que votaran hasta las monjas de clausura. A veces, se decía, hasta los muertos. Extremo éste incomprobable, aunque tal vez ocurra como las meigas, que ‘haberlas haylas’. La reciente comida del pasado 2 de enero entre estos dos personajes históricos de la política gallega, Barreiro y Rajoy, el uno retirado ya desde hace años y el otro más en activo que nunca, nos recuerda -entre las brumas del noroeste- que en la política, como en el periodismo o como en la vida misma, nunca debes dar por muertos a contrincantes o adversarios del pasado. Tampoco a antiguos colaboradores. No sea que un futuro, mediato o inmediato, puedas volver a necesitarlos.