Tres razones para el desaliento con Cataluña

Nos encontramos en el ecuador de una de las campañas electorales más importantes de nuestra historia reciente. En casi cuarenta años de democracia, treinta y nueve para ser exactos desde que se aprobara la Constitución, nunca unas elecciones autonómicas habían sido tan trascendentales como lo son ahora mismo las catalanas de la semana que viene. Lo son tanto, que nadie es capaz de predecir lo que puede ocurrir, pero yo encuentro tes razones para el desaliento.

La primera, que a pesar de que tras la aplicación del artículo 155 de la Constitución la calma ha vuelto de algún modo a las calles de pueblos y ciudades catalanas, la fractura social que ha generado el secesionismo sigue estando ahí. Es, quizá, la consecuencia más grave de todo lo que ha pasado, por encima incluso de la crisis de Estado que ha supuesto la intentona independentista. Y esto sí que no ha teñido consecuencias para sus responsables, alguno de los cuales parece celebrarlo desde Bruselas….

La segunda, que fruto de esa fractura social, existe una fractura política que hace muy difícil vislumbrar una salida a corto plazo de esta crisis. Si se cumplen las encuestas, las alianzas post electorales se van a complicar mucho en función de los intereses partidistas de cada uno. Parece que reclamar a los dirigentes políticos un ejercicio de generosidad es pedir un imposible, pero sin ejercicio de generosidad no habrá manera de avanzar en una solución al problema.

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Y, tercera, que Madrid sigue sin entender que tiene que hacer un esfuerzo de comprensión hacia todo lo que ha pasado en Cataluña. Pero, lejos de eso, sigue encerrándose en la aspiración de un cierto centralismo que combata al soberanismo desde la intransigencia hacia los cambios. Y el problema es que si no avanzamos en esos cambios, la fractura, el conflicto, seguirá enquistándose en nuestra convivencia hasta conseguir hacerla del todo imposible.

¿Es posible hacer algo? Francamente, lo veo complicado. A medida que pasa el tiempo y escucho las razones de unos y de otros crece mi escepticismo. No somos realmente conscientes de lo que nos estamos jugando, y al final tendremos que ser los propios ciudadanos los que obliguemos a nuestra clase política a reconocer que se han equivocado y que sino cambian el rumbo a lo mejor se hace imprescindible cambiarlos a ellos.