La tijera de Galiano podría jubilarse ante el caos reinante en El Mundo

El 30 de enero concluía la última batalla de Pedro J. Ramírez al frente de El Mundo. Su creador y alma máter se subió a un paquete de folios en medio de la redacción e insinuó que la mítica portada «Cuatro horas con Bárcenas» le costó un boicot publicitario motivado por presiones políticas: «Si de mí dependiera yo no hubiera querido más en la vida que poder haber seguido siendo siempre director de El Mundo. No hay dinero, no ha nada, no hay comodidad; es verdad que la presión era enorme, pero yo ni estaba cansado, ni tenía ningún problema en seguir soportándola». 

Y añadió: «También he dicho que lo anómalo no es que a un director de periódico el propietario del medio de comunicación decida relevarlo, porque los que creemos en la libertad de empresa, en la economía de mercado, en la propiedad privada, el periódico no es del director, el periódico es de los accionistas y sólo pueden disputarle ese título los lectores y como los lectores no están organizados, son algo etéreo, es el propietario quien debe destituir al director. Lo extraño no es que no yo sea destituido, ¡lo extraño es que hayan tardado 25 años en hacerlo!».

Aquel día comenzaba un caos en Unidad Editorial, grupo que había surgido en torno a una personalidad, Ramírez, en vez de a una ideología concreta (como suele ocurrir en nuestro país). Y el baile de directores no cesó desde entonces: le relevó en primer lugar Casimiro García-Abadillo, que rebajó a investigación gurteliana y el 11-M. Le siguió el perfil digital de David Jiménez, que dio paso al retorno analógico con Pedro García Cuartango (ahora galardonado con el Premio Raúl del Pozo como muestra del cariño de la redacción a la libertad que otorgó a nivel interno). 

Y ahora el perfil escogido es el institucional de Paco Rosell, considerado cercano a Moncloa. Con este último cambio se ha cerrado una lluvia de relevos similar al del puesto de CEO desde 2011: Luis Enríquez, Eva Fernández, Marco Ferrari, Javier Cabrerizo y el tándem actual, Speroni-Bedogni, enviado por el máximo accionista, Urbano Cairo, ante el hartazgo de la matriz italiana del grupo, RCS. Es cierto que en los últimos tiempos Galiano, que concluye contrato el próximo mes (pero nadie duda de su continuidad), ha podido sacar pecho porque tras acumular en 2017 la octava caída consecutiva en facturación (300 millones de euros, lo que supone menos de la mitad que en 2007), los resultados brutos fueron positivos: 32,1 millones de euros.

Para alcanzar estos números en Unidad Editorial se han vivido tres ERE con la intención de reestructurar la dimensión de la compañía y el último año ha sido de infarto en los recortes, centrándose en despidos (que han provocado un ahorro anual de 15 millones de euros), en los alquileres y en los colaboradores externos. Algunos de estos, entre otros una veintena que firmaban en Marca, han llevado a Unidad Editorial a los tribunales protestando por ser unos falsos autónomos. Pero sea como fuere, El Mundo y Marca han intentado recobrar impulso acercándose a sus cercanos clásicos: el Partido Popular y el Real Madrid, estrategia con la cual se intenta recuperar al lector tradicional de ambos medios. Expansión por su parte recibió una inyección de 10 millones de euros en 2016 que evitó su bancarrota, que no su ruina.

Pero ya saben: toda transformación o reconversión se deja sus pelos en la gatera. Y sin duda en el caso del periodismo ha sido la calidad, tal y como destacaba una nota informativa interna de representantes de Unidad Editorial: «Llevamos muchos años oyendo diferentes discursos de que debemos seguir protegiendo el papel y desarrollar lo digital y lo que se ha hecho es empeorar la calidad de la información». Amén.