Tartufo nos gobierna

No, no es Pedro Sánchez al que veo como Tartufo. Es a toda una izquierda entregada al márketing solidario de forma impúdica hasta la enfermedad. Y a algo de centroderecha que siempre tiene la tentación de imitarle.

Dejar a unos inmigrantes en el mar a su suerte, mala suerte, es inmoral e ilegal. A todas luces había que rescatarlos. Lo sangrante es la puesta en escena. Un ataque de buenismo institucional que produce arcadas.

La nueva religión laica, la corrección política, genera unos brotes de histeria que recuerdan a las sectas jornadas antes de que el Sumo Sacerdote decrete el suicidio colectivo. Primero castra a la población que empieza a no atreverse a pensar lo que piensa, para más tarde pasar a consentir que los más fanáticos fijen la verdad y gobiernen desde el miedo de todos contra casi todos. Da lo mismo que se defienda el feminismo frente a una sentencia judicial, que se salve a unos inmigrantes de un peligro cierto, que se interprete una sentencia judicial sectaria. Siempre triunfa la sinrazón frente a lo razonable. Aunque los enloquecidos defiendan posturas en su inicio razonables su patología socio-psiquiátrica convierte la realidad en un infierno cotidiano.

La parafernalia exagerada, exacerbada y que sería de comedia serie B sino escondiera un drama, quiere convertir en protagonista de la tragedia no a las víctimas, sino a los que pretenden lucrarse con ese drama.

En el Siglo XVI los frailes que rescataron a Cervantes y muchísimos otros cautivos en el Norte de África lo hacían de forma anónima. Querían el bien de los rescatados, no inflar su vanidad. Habría que hacer una historia del bienestar que procuró la iglesia católica con sus muchísimas y constantes buenas acciones y fundaciones a lo largo de siglos no solo para compensar tanto libelo y desafuero que padece por sus errores, los ciertos y los inventados que son mayoría, sino simplemente para restaurar la verdad histórica.

Carmen Calvo no pintaba nada allí, ni dando ruedas de prensa, ni colocándonos su doctrina y mostrando su arrogancia. Y así la mayoría de altos y altísimos cargos exhibiendo una mezcla de petulancia y alegría de concursante televisivo. Produce auténtica lástima.

Sin entrar en el despropósito que engendra todo el dislate a la política exterior europea, española y, por favor atentos, marroquí.

Marruecos sufre la presión migratoria antes que España y Europa, es un aliado necesario y las relaciones con ese gran país son complejas por muchas y variadas razones. Este tipo de arranques peliculeros con gran despliegue hacen un daño trágico a nuestras relaciones con el Reino alauí. Como españoles y como europeos. Borrell ha dicho una sola vez y con timidez que las fronteras son competencia europea. Y Europa sabe que el modelo de tratamiento de la inmigración español es un modelo de éxito y a imitar en donde no caben las explosiones de estas características que invitan a quien puede parar una avalancha a relajarse.

Está bien plantear la retirada de concertinas de Rubalcaba. También saber que esos dispositivos suponen refuerzos a quien protege esa frontera. Pero lo que Europa debe reflexionar sin ninguna duda es cómo ayudar a que esos países del África negra se desarrollen lo suficiente para que su explosión demográfica no derive en el drama que viven hoy. Las ONG’s no sirven, nunca han sacado a ningún país de la miseria. Hay que tomar decisiones políticas de calado: revisar el proteccionismo europeo y planear la localización en esos países de fuentes de desarrollo económico real. Se puede, claro que se puede. Entonces Tartufo desaparece.