Rusia: ¿una creciente superpotencia en la exportación de alimentos?

Rusia es visto como un país que produce poco de lo que el mundo busca, excepto en energía. Su dependencia por la exportación petrolera parece ser una bomba de tiempo capaz de dilapidar el futuro del país, dado el enfoque en Occidente o en China de reducir el uso de combustibles de hidrocarburos. Sin embargo, se ha beneficiado del cambio climático para impulsar sus ventas de trigo y convertirse en una superpotencia de granos.

En la última campaña de comercialización, desarrollada entre julio de 2016 y junio de 2017, Rusia exportó 27,8 millones de toneladas de trigo, más que toda la Unión Europea, ocupando el primer lugar en el mundo por primera vez desde la formación del bloque.

En la actual campaña de comercialización, Rusia exportará 31,5 millones de toneladas, aumentando así su liderazgo mundial, según predicciones del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos. Y ya se enfrenta a restricciones de infraestructura debido al rápido crecimiento.

En Rusia creen que el grano desplazará al petróleo como motor de la economía

También se trata de un importante exportador de maíz, cebada y avena. Junto con Ucrania y Kazajstán, es parte de la fuerza que mueve a los mercados mundiales de cereales, o RUK, como es conocido por los especialistas del mercado.

Alexander Tkachev, ministro de agricultura de Rusia, ha reiterado que cree que el grano desplazará al petróleo como la mayor fuente de ingresos por exportaciones del país. No es un punto vista que al Kremlin le guste, pero la profecía de Tkachev puede ser realista.

Las dos primeras razones están fuera del alcance de Rusia: una creciente población mundial y el cambio climático. El consumo mundial de granos creció, en promedio, 2,8% anual entre 2011 y 2016, y el Consejo Internacional de Cereales pronostica un incremento de 1,4% adicional hasta 2021.

Simultáneamente, los estudios climáticos muestran que, en comparación con fines de la década de 1980, con la desaparición de la Unión Soviética, que deprimió la agricultura durante más de una década, la temperatura de las zonas productoras de cereales aumentará hasta 1,8 grados en la década de 2020 y hasta 3,9 grados en la de 2050. Esto significa una temporada de crecimiento más larga y buenos rendimientos de los cultivos. Más dióxido de carbono en la atmósfera es bueno también para los cultivos.

Lo cierto es que el factor climático ya ayuda a Rusia a atraer nuevos mercados de exportación en Asia, ya que sus rivales estadounidenses, canadienses y australianos sufren de sequías.

El cambio climático significa que las granjas rusas pueden expandirse hacia el norte, a tierra que nunca antes se utilizaban para cultivar granos, pero más importante aún, ayudará a Rusia y, en menor medida, a Ucrania y Kazajstán, a recuperar tierras de cultivo que han caído en desuso desde 1991, unos 140 millones de acres.

Esas tierras fueron abandonadas en los primeros años del capitalismo post-soviético porque requerían demasiada inversión y rindieron poco o ningún beneficio; eso está cambiando, tanto por razones relacionadas con el clima como con los avances tecnológicos.

Las grandes corporaciones reciben ayuda estatal desde 2005 cuando Rusia declaró a la agricultura como una prioridad

Lo cierto es que la transición rusa y el comercio de tierras casi libres, pero excesivamente burocratizadas, crearon unas pocas decenas de grandes conglomerados agrícolas, que han adoptado la tecnología occidental para aumentar los rendimientos y recibido un mayor apoyo gubernamental desde 2005, cuando el Kremlin declaró la agricultura como una prioridad.

Todo ha derivado en una bendición a las exportaciones rusas, que ha impulsado el crecimiento. Un reciente estudio señaló que las pequeñas explotaciones privadas gestionan la tierra de forma más eficiente y producen mejores rendimientos que las corporaciones.

Rusia tiene una ventaja en ese aspecto, ya que liberó la propiedad de la tierra a principios de los años 2000. Ucrania ni siquiera tiene un mercado legal de tierras hoy, lo que explica su lento crecimiento en la producción de granos en los últimos años, pero dado que gran parte de la base industrial del país se encuentran en una zona de guerra, depende más de la agricultura. Ucrania, un tanto más cálida que Rusia, se beneficia menos por el cambio climático, pero aún tiene enormes recursos sin usar.

Juntos, el cambio climático, el crecimiento demográfico, el retraso tecnológico entre la agricultura occidental y la post-soviética y la oportunidad de corregir ineficiencias reguladores crean un enorme potencial de crecimiento para Rusia, Ucrania y Kazajstán. Si bien sus caminos políticos se han diferenciado, los tres pueden compartir un futuro económico en un mundo post petróleo.

Por supuesto, un enfoque en las exportaciones agrícola aún se traduce en una dependencia al petróleo y una vulnerabilidad a las tendencias mundiales en un mercado menos concentrado en el crudo; el trigo ruso se vendió por más de 350 dólares (293 euros) la tonelada en 2012, pero el precio ahora es de 180 dólares (151 euros).

El gobierno ruso ha tratado de estimular ese desarrollo imponiendo un embargo a los productos occidentales

Además, en la agricultura el crecimiento depende del apoyo gubernamental, a diferencia del caso de los hidrocarburos, donde el gobierno es solo una pieza en el tablero. La infraestructura de exportación, dada la retención del Estado ruso sobre el transporte, también es un cuello de botella que requiere el dinero de los contribuyentes para su eliminación.

Pero el apoyo puede pagar un dividendo si Rusia logra desarrollar una producción agrícola de mayor margen, en carne, leche o verduras, que el país aún importa. El gobierno ruso ha tratado de estimular ese desarrollo imponiendo un embargo a los productos occidentales, y ha estimulado el crecimiento, pero los productores rusos carecen de la experiencia y los recursos para un avance.

Incluso si es dirigido por un régimen corrupto, atrasado o autoritario, Rusia es un país de enorme resiliencia que no debe ser anulado. Su creciente importancia en los mercados de cereales es una prueba.

Leonid Bershidsky para Bloomberg.