Perdona, Amor, pero te he dejado por otra

Verás, sé que nos conocemos desde hace muy poco, tan sólo hemos cruzado un par de tuits. Sin embargo, lo que tu no sabes es que te he sido inquebrantablemente fiel durante años. Hasta hoy.

Comprendo tu sorpresa, incluso tu estupefacción… ¿Por qué me escribe esto, este tío…?, te preguntarás. Todo empezó hace unas semanas. El lunes 7 de agosto para ser más exactos. Déjame que te diga antes, para evitar malentendidos, que a pesar de que me encuentres aquí, escribiendo artículos, o me escuches en la radio, o me veas en la televisión, yo soy un tipo muy normal. Demasiado normal, diría yo. Tanto, que como miles, incluso millones de españoles, me cuesta llegar al final de mes y como a miles, incluso millones de españoles, alguna que otra vez el banco me ha devuelto una factura por falta de liquidez. Si, no te sorprendas, hasta para eso soy un tipo absolutamente normal.

El caso es que ese lunes acababa de volver de un fin de semana en Asturias dedicado a lo que más me gusta: el ciclismo, y al levantarme por la mañana fui a comprobar mi móvil, y cual no sería mi sorpresa al descubrir que me había quedado sin línea.

Encendí el ordenador, todo iba aparentemente bien y podía conectarme a internet, así que llame al 1004, el teléfono de atención al cliente de Movistar, donde me informaron de que había un recibo devuelto. Lo pagué con tarjeta a la vez que me quejaba de que no se me hubiese avisado a tiempo para evitar el corte de línea y solicitaba la pertinente reclamación. Y mientras ocurría esto, en el ordenador desaparecieron las rayitas del wifi y aparecía un mensaje en la pantalla: “No hay conexión a Internet”. ¡Oh, Dios!

Me acerqué al router, lo encendí y lo apagué varias veces, pero nada. Verás, Amor, yo necesito internet para trabajar, me va la vida en ello. Empecé a llamar desesperado al 1004 una y otra vez, y en todas las ocasiones me respondían dándome largas y ninguna explicación. Mientras tanto, recuperaba la línea de voz de mi móvil, pero no los datos. Nueva llamada… “No se preocupe, en un rato aparecerán sus datos… Encienda y apague el móvil varias veces hasta que aparezca la señal del 4G…”. Así lo hice hasta que por fin esa parte de mi problema quedó resuelta. Pero seguía sin conexión wifi.

Amor, si no llamé esa mañana, hasta el medio día, unas cincuenta veces, no lo hice ninguna. Hasta que por fin, al filo de las tres de la tarde, una empleada de la compañía hizo lo que ninguno de las otras decenas de empleados de la compañía hicieron antes: bucear en el ordenador hasta que dio con el problema, que no era otro que una factura antigua de un móvil de uno de mis hijos que también se había quedado pendiente de pago durante meses y meses y justo ese lunes, también sin avisar y sin dar una explicación, alguien decidió que se la iba a cobrar por las malas. Por lo sano, diría yo. Así, sin contemplaciones: “¡Que se joda el tío este! Le quitamos la línea”.

Pagué la factura. Pero lejos de solucionarse el problema, todo seguía igual. Pese a que aquella señorita que sí hizo su trabajo me informó de que la conexión a internet volvería de inmediato, lo cierto es que las horas pasaban sin que eso ocurriera. Y, entonces, apareciste tu, Amor. Yo ya estaba harto, cabreado, literalmente hundido en la miseria sin entender el porqué de esa jodida manera de actuar y de tratar a un cliente y fue entonces cuando a través del móvil inserte un tuit en mi cuenta de Twitter:

No confiaba demasiado en encontrar a alguien que me escuchara, cuando de repente:

Te respondí con bastante buena educación, teniendo en cuenta las circunstancias:

Pero ya no obtuve respuesta. No lo entendía. ¿Cómo alguien que se llama Amor podía actuar así? Ese nombre es un privilegio. Es, probablemente, la palabra más bella del diccionario, pero quien la lleva como nombre debe ser responsable del don que se le ha concedido y actuar en consecuencia.

Me sentí sólo, abandonado, y seguía sin conexión wifi en mi casa que es, además, mi lugar de trabajo. Las horas pasaron, pasó la noche, y a la mañana siguiente todo seguía igual y en mi desesperación infinita tomé la decisión de dejarte, de irme con otra compañía, de decir adiós a años y años de permanencia contigo.

A eso de media mañana, por fin, alguien decidió levantar el bloqueo administrativo a mi línea, pero ya era demasiado tarde: Alejandra, que así se llama mi nueva conquista de Orange, había dado todos los pasos necesarios para que mi decisión fuera definitiva y no tuviera marcha atrás. Así que lo siento, Amor, ya no volveré a estar contigo.