Los pecados capitales de Rodrigo Rato

El grupo de periodistas espera su llegada. Cuando accede al hall, una especie de pistoletazo de salida hace que sus pasos se encaminen hacia él micrófonos en mano. Les mira y, con un simple gesto de cabeza, de derecha a izquierda, los frena en seco. “Hoy Rodrigo Rato no quiere hablar”, es el comentario común en el corrillo de la prensa. Y repliegan velas. Habrá que esperar a la finalización del acto por si ha cambiado de opinión.

Eran los días de gloria del, por aquel entonces, vicepresidente del Gobierno y ministro de Economía. El personaje que había hecho posible el “milagro español”, como así lo definieron en las principales cabeceras económicas internacionales. Hasta el presidente del Gobierno italiano, Silvio Berlusconi, le dijo a su ministro de Finanzas, Giulio Tremonti que copiara il miracolo spagnolo.

El ex presidente Adolfo Suárez dijo que Rato sería un buen presidente del Gobierno pero que le perdía la soberbia

¿Cuál fue dicho milagro? Llevando Rodrigo Rato las riendas del Ministerio de Economía y Hacienda, en España se crearon cinco millones de empleos (una cifra que superaba a la de Alemania, Francia e Inglaterra juntos), se redujo la inflación por debajo del 3% (cuando, de media, solía estar en el 7%), se pulverizó el déficit público (dejándolo en 0), y se cumplió con los exigentes principios de Maastricht, metiendo a España en el euro. ¡Hasta se hablaba de que el G8 debería hacerle un hueco a España!

Rodrigo Rato y la libreta de Aznar

Fue en 2003 cuando, la vida de Rodrigo Rato, sufrió un giro. Él era uno de los tres candidatos que manejaba el presidente del Gobierno, José María Aznar (y su famosa libreta azul), para sucederle como candidato (valga la redundancia) a La Moncloa. Los otros dos eran Jaime Mayor Oreja y Mariano Rajoy.

Este último fue finalmente el elegido, aunque como escribió el propio Aznar en sus memorias, se lo había propuesto dos veces al propio Rato. Rehusó, pero cuando quiso rectificar, cuando sí lo quiso ser, ya era tarde. “Estuvo resentido por ello”, comenta un antiguo colaborador.

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Rato entrando a testificar. Foto: Bloomberg

Un arrepentimiento que volvió a repetir en su etapa al frente de Bankia, según ha desvelado el actual Ministro de Economía, Luis de Guindos, en la comisión que investiga la crisis financiera. Dimitió de forma voluntaria y, cuando quiso dar marcha atrás a su decisión, ya era misión imposible. ¿Vértigo? ¿Miedo? ¿Lento de reflejos?

En dicha comisión, Rodrigo Rato echó mano de la retórica para ser arrogante. Y volvió a mostrar uno de los pecados que más le han acompañado durante toda su carrera: la soberbia. Ni corto ni perezoso, no se mordió la lengua a la hora de decir que si uno invierte en bolsa, se arriesga a perder su dinero: “Es el mercado, amigo”. Sí, pero si a uno le dicen que la entidad está súper sana, y tiene más agujeros que un queso gruyere, simplemente se le está engañando. Una mentira que sufrieron los accionistas de Bankia.

Ya lo dijo en su momento el que fuera presidente del Gobierno, Adolfo Suárez: “Creo que Rodrigo sería un buen presidente, pero le pierde la soberbia”. Quizás sea fruto de haber sido halagado en demasía durante su etapa como ministro de Economía. “Siempre se ha creído que estaba en posesión de la verdad”, comenta un amigo.

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Por aquel entonces, y ahora lo ha vuelto en repetir en la citada comisión, no respondía, sino que atacaba. Y le daba, y le da, lo mismo quien esté enfrente. Su coraza de gran comunicador, y buen técnico, le hacía brillar. A los periodistas incisivos, simplemente los despachaba, y los despacha, con altanería. Y hacía oídos sordos a los sabios consejos.

Un ejemplo de esto último lo tenemos en el año 2002. Entonces, y en contra de la opinión del entonces ministro de Trabajo, Juan Carlos Aparicio, defendió a capa y espada una reforma laboral que endurecía las condiciones para cobrar el seguro del desempleo. ¿Consecuencia? Una huelga general. A posteriori, suavizó la ley para no enfadar a los sindicatos.

Rato hacía lo contrario de lo que le aconsejaban

Nacido en Madrid en 1949, aunque con sangre asturiana en sus venas, este hombre de frente despejada y nariz prominente, con un máster en administración de empresas por la Universidad de Berkeley, no dudaba en trabajar jornadas maratonianas: 12 horas, incluso más, en el número 162 del Paseo de la Castellana madrileño (sede por aquel entonces del ministerio). “Muchas veces llamaba de madrugada para pedirnos opinión”, asegura uno de sus colaboradores.

¿Trabajador infatigable? Sí, con peros. Porque en algunas ocasiones, esas opiniones acababan desapareciendo como por arte de magia. En la papelera, vamos. “Hacía lo contrario de lo que le recomendábamos”, confiesa el colaborador. Incluso era capaz de interrumpir a su interlocutor si se iba por las ramas con un directo “¡al grano!”. Prepotencia dirían unos. Autoritarismo, según otros.

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Rato en el día de la salida a bolsa de Bankia. Foto: Bloomberg

¿Distante? Sí. ¿Chulesco? También. Una chulería que de nuevo sacó a pasear durante su comparecencia en la citada comisión demostrando, una vez más, las que fueron sus mejores (y peores) habilidades como político y parlamentario. De nuevo volvió a perderle el tono a la hora de decir las cosas. De nuevo se creyó por encima de los demás.

Serio en público, quienes le conocen aseguran que es tímido y emotivo en privado. Distante en las distancias cortas, no llegaba a poner fronteras a quienes deambulaban por su órbita de influencia. Pero sí marcaba territorio. Eso en su etapa en el ministerio. En Bankia, hay quien asegura que ese pragmatismo que llevaba por bandera siendo ministro lo aparcó a un lado. Incluso hubo quien le acabó tildando de insufrible.

A diferencia de su etapa como superministro, tanto en Bankia, como en el FMI, no supo remar en la dirección correcta. Los remolinos acabaron engulléndole, cosa que no había sucedido antes. Por ejemplo, cuando Repsol-YPF le pagó 240.000 euros a las seis emisoras que poseía la familia Rato (Cadena Rato).

En la reciente comisión sobre la crisis económica sacó de nuevo a pasear su chulería así como su arrogancia y prepotencia

La petrolera, por aquel entonces presidida por Alfonso Cortina, destinó el 6,6% de su publicidad a unas emisoras que únicamente representaban el 0,14% de la audiencia. ¿Tendría algo que ver que Cortina fue nombrado por Rodrigo Rato? ¿Se le puede acusar de nepotismo por haber puesto a dedo en su momento a sus amigos en las empresas más importantes del país?

Hagamos recuento: César Alierta, en Telefónica; Francisco González, en Argentaria (ahora BBVA); el citado Alfonso Cortina; José Manuel Fernández-Norniella, en Ebro-Puleva… ¿Culpa suya? Se trata de un viejo apotegma de los partidos políticos: poner “a los míos”.

Este affaire quedó diluido en agua de borrajas. También salió ileso del caso Gescartera, aunque estuvo a punto de hacerle dimitir (un verbo al que, por desgracia, no estamos acostumbrados). Sí lo hicieron el secretario de Estado de Hacienda, Enrique Giménez Reyna, y la presidenta de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV), Pilar Valiente.

Rodrigo Rato salió indemne de este escándalo económico que vio como 108 millones de euros de pequeños y grandes ahorradores se esfumaban. Algo que no consiguió, a posteriori, con las tarjetas black y los 99.000 euros que se gastó, por ejemplo. ¿Manirroto? Siempre se jactó de que estaba en política no por dinero porque ya lo tenía. ¿Tanto ha cambiado la película? ¿Avaricia o desconocimiento? Sólo él lo sabe.