¿Por qué las jirafas tienen el cuello tan largo? Darwin vs. Lamarck (II)

Lamarck, el inventor de la biología, el primero en ofrecer una teoría sistemática capaz de explicar –en mayor o menor medida- los cambios evolutivos en las especies, fue objeto de escarnio y vituperio a lo largo de dos siglos. Y todo por combinar tres palabras, dos sustantivos (herencia, caracteres) y un participio (adquirido).

Herencia de los caracteres adquiridos: he aquí la madre del cordero. Expongamos la famosa teoría tal cual nos las enseñaron en el colegio, o en el instituto, o donde fuera que se enseñaban estas cosas antes de la universidad. Porque la cosa tiene narices.

Imaginémonos en la sabana de hace millones de años. Vean ustedes a los herbívoros luchando por su supervivencia de la mejor manera que sabe hacer un herbívoro: comiendo hierba.

Herencia de los caracteres adquiridos: he aquí la madre del cordero

Pero comer hierba tiene sus peligros. Agachar la cabeza es como invitar al depredador de turno a que clave sus colmillos en nuestra cerviz. Así que, como es natural, la mayoría de herbívoros prefieren comer hojas de los árboles. Claro que entre un puñado de hierba fresca y una espinosa hoja de acacia, esos malditos árboles africanos, no hay punto de comparación. Pero qué se le va a hacer. Como en la Colombia de Escobar hay que elegir: plata o plomo.

De modo que ya tenemos, sino a todos, sí a un buen número de especies de herbívoros limpiando las ramas de acacia. Pronto ya no queda nada que comer en las ramas más accesibles. Wendi la jirafa, pero una jirafa de las que todavía no tenían el cuello largo, observa con fastidio como Rainer, su amigo elefante, sigue comiendo de las ramas más altas.

el esfuerzo individual es la causa del cambio y mejora de las especies

Pobre Wendi. Si supiera hablar parafrasearía a Safo: «como la dulce y espinosa hoja de acacia verdea en la rama más alta, alta en la más alta punta, y la olvidan incluso los elefantes de larga trompa».

Imaginemos a Wendi yéndose a la cama y repitiendo esos versos sáfico-jiráfeos: «y la olvidan incluso los elefantes…». Y entonces, en sueños, tiene una iluminación. Se le aparece la propia Safo y le revela el final del poema: «¡Ah, pero no es que la olviden, sino que alcanzarla no pueden!».

A partir de ese día, Wendi la jirafa no va a cesar en su empeño de llegar a la rama más alta. Estira que te estira, nos dice presuntamente Lamarck, va a conseguir aumentar la longitud de su cuello, digamos, dos centímetros.

Y su prole, parte al menos de su prole, va a heredar ese estiramiento de la madre. Y, si mantienen el tesón de su progenitora, seguirán intentando llegar a las ramas deseadas. Y los dos centímetros se convertirán, con el paso de las generaciones, en cuatro, seis, ocho… Y ya tenemos una jirafa con su característico cuello largo. Una jirafa como Dios manda, que diría Rajoy.

En definitiva, y he aquí al parecer el núcleo duro de la teoría de Lamarck, las mejoras de hardware (y se supone que también de software) conseguidas por un ser vivo a lo largo de su vida se heredan.

Dicho de modo más ortodoxo, los esfuerzos realizados por un individuo en su afán por adaptarse a un ambiente determinado (en el caso de que hayan dado sus frutos: es decir, Wendi pudo haber estado forzando el pescuezo y no conseguir nada más que una tortícolis) son hereditarios. De esta manera, el esfuerzo individual es la causa del cambio y mejora de las especies. Formidable.

cromosomas

¿Acaso no vemos la enorme diferencia con ese evolucionismo para dummies que a todos, mal que bien, nos han introducido en el espíritu como una nueva verdad revelada durante la etapa de escolarización?

Darwin crea, o más bien recoge, unas ideas por completo diferentes a las que maneja Lamarck. Darwin habla de selección natural y mutaciones.  Las mutaciones son una lotería. Algunas tienen efectos beneficiosos para los individuos de una especie y otras no. Pero todas se heredan.

Sí, las mutaciones se heredan porque van en los genes, que son, lo sabe hasta el que no pisó una clase en su vida, nuestro código de barras. Mucho más que eso: los genes son, nos dicen hoy, aquello que somos.

Es genética y quod genetica non dat, Salamantica non praestat

Así que si soy un enclenque y me pongo cachas, mis hijos lo tienen crudo. Si -y que los niños se tapan los ojos- tengo un micropene y me compro un alargador, mis hijos van a tener que pasar por el mismo trance. No basta con que yo me esfuerce. Lo siento, hijos míos. Es genética y quod genetica non dat, Salamantica non praestat.

Lamarck desarrolló su teoría sobre la herencia de los caracteres adquiridos a principios del siglo XIX. Darwin publicó El origen de las especies en 1859. En los primeros años del siglo XX se produjo el redescubrimiento de Mendel -un monje que había estado jugando con guisantitos durante década sin que nadie se enterase- y los principios de la genética quedaron firmemente fijados.

En esos cien años, Lamarck pasó de ser considerado un loco por ir contra el creacionismo a un estúpido por ir contra Darwin. Pero, ¿y si en realidad más allá de la genética hubiese una epigenética que, de algún modo, le diese la razón al bueno de Lamarck? Esto lo veremos en el tercer y último capítulo de esta serie…