George Soros, el especulador filósofo que juega a ser Dios se fija en España

Conocido entre el gran público por anticipar la crisis financiera que se llevó por delante a la economía global hace poco más de una década, George Soros se ha convertido en nuestros días en una especie de muñeco del pim, pam, pum que recibe golpes desde todos los lugares del espectro político, quizás con la excepción del establishment del partido demócrata norteamericano que tanto dinero ha recibido de sus manos.

Ahora Soros vuelve a ser noticia en España tras su entrada en la catalana Grifols, empresa que ha apoyado en el pasado la deriva independentista en la comunidad autónoma, elemento que comparte con este especulador con ínfulas de filósofo cuyo pasatiempo preferido es jugar a ser Dios empleando para ello una fortuna que supera el PIB de muchos países.

Estamos ante uno de esos casos en los que el personaje ha engullido al individuo, cuya figura se ha caricaturizado hasta límites insospechados. Se le califica de hombre amoral y sociópata que sólo busca lucrarse con la desdicha ajena, a pesar de que destina miles de millones de dólares a organizaciones no gubernamentales encargadas –al menos sobre el papel– de ayudar a países totalitarios a caminar hacia la democracia. 

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También es acusado de ser un heraldo del Anticristo que maneja los hilos del poder desde un supuesto Gobierno en la sombra para instaurar un nuevo orden mundial coercitivo, aunque su defensa de la sociedad abierta va en esencia contra esta pesadilla orwelliana. Y, lo más paradójico, es que todos estos elementos están, de alguna u otra forma, en la vida de George Soros, dando munición a sus detractores para que sigan considerándole el señor del mal.

Un inversor que logra torcer el brazo de los bancos centrales no es una persona normal, sino un certero analista que ve antes que nadie las oportunidades que se producen en el mercado y las aprovecha en su favor. Aunque haya anunciado varias veces su retiro de las grandes operaciones bursátiles, lo cierto es que está más en forma que nunca, quizás gracias a que sus casi noventa años no le impiden jugar al tenis tres veces por semana. Es una de sus pasiones, junto con el dinero y las mujeres, que le han llevado a la perdición en más de una ocasión e incluso le han puesto contra las cuerdas judiciales.

IDEÓLOGO AMORAL PADRINO DE LOS HEDGE FUNDS

En la distancias cortas hace gala de un irónico sentido del humor, pero en sus conferencias es un orador aburrido y gris, todo lo contrario que en las entrevistas, en la que aprovecha siempre para dejar perlas –o dar munición a sus adversarios, depende como se mire– que ilustran bien su carácter. “Hay gente buena y gente mala, pero yo no me identifico con ninguno de los dos grupos”, es una de las frases acuñadas por este húngaro nacionalizado estadounidense que constata la equidistancia de su camino vital. 

El padrino de los fondos especulativos de alto riesgo (los denominados hedge funds) se jacta de no tener ideología. Como confesó al periodista Michael Steinberger: “pertenezco al club de los que no son de ningún club”, una afirmación que enmarca la figura de verso suelto de la que siempre ha hecho gala George Soros.

O deberíamos decir mejor György Schwartz, que es el verdadero nombre de este judío askenazi que nació en agosto de 1930 en Budapest. Su padre Tivadar, un profesor de Esperanto que traficó con documentación ilegal durante el auge del nazismo y que las pasó canutas en la Gran Guerra, quiso alejar a su familia de la amenaza de la deportación enmascarando su origen semita.

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Cuando Soros estaba en las puertas de la adolescencia se convirtió en un colaborador del régimen nacionalsocialista tras la toma de control de Hungría por parte de las huestes de Hitler. Sirvió en la casa de un empleado del Ministerio de Agricultura encargado de hacer redadas y confiscar las propiedades de los judíos húngaros. 

SU MAYOR ENSEÑANZA: LA OCUPACIÓN NAZI

En una célebre entrevista concedida en 1998 al programa 60 minutos emitido en la cadena de televisión CBS, Soros respondió a estas acusaciones asegurando que el era “sólo un mero espectador”. Sin embargo posteriormente calificó esta etapa en la Budapest ocupada como “la más excitante y feliz de su vida” por “enfrentarse al mal y sacar lo mejor de uno mismo”. Así lo dejó escrito en el prólogo del libro de memorias escrito por su padre. Desde una temprana edad supo sacar partido de las situaciones adversas y no le duelen prendas en admitir que se trató de la “experiencia educativa más importante” que ha recibido.

El joven Soros aprovechó la conexión con un aristócrata judío para huir a Lisboa y después de que el Ejército Rojo “liberara” Hungría de las garras nazis se marchó a Londres porque no se fiaba de los comunistas. Aprovechó un congreso juvenil de Esperanto en Suiza, idioma universal que habla a la perfección, para trasladarse a Gran Bretaña, donde estudió en la London School of Economics. Es entonces cuando recibió la influencia del pensamiento de Karl Popper –aunque no lo tuvo como profesor– y su concepto de “sociedad abierta” que le sirvió posteriormente para fundar Open Society, grupo conformado por una red de organizaciones que le sirve influir en la política internacional.

Pero antes de que fundar esta telaraña de ONGs y asociaciones defensoras de oscuros intereses Soros llegó en 1956 a Wall Street tras una década en Inglaterra trabajando en diversos oficios, desde maletero en un hotel hasta camarero. Aunque pocos los saben, la intención de este inmigrante recién licenciado no era hacerse rico en la Bolsa de Nueva York, sino tan solo ahorrar 100.000 dólares en cinco años para dedicarse a su verdadera pasión: la actividad intelectual. El joven Soros no sabía aún que tenía un sexto sentido para las finanzas que le permitiría amasar una fortuna con la que convertirse en el ingeniero social que siempre soñó. 

QUANTUM FUND: CAOS Y ORDEN DESDE MANHATTAN

Su carrera ascendente se vio impulsada por la creación del fondo Quantum a finales de los años setenta del pasado siglo, un vehículo de inversión pionero en ese extraño arte de invertir mediante el apalancamiento con operaciones cortas a descubierto (short selling) que tantos éxitos le ha dado a lo largo de su carrera. Logró una rentabilidad anual del 40% con su intuición, formación y un ingrediente secreto: sus dolores de espalda que le avisaban de cuando una decisión no era la correcta. Fue su hijo mayor Robert –ha tenido tres esposas que le han dado cinco vástagos– el que desveló esta excentricidad de Soros que todavía hoy en día utiliza para calibrar el riesgo de sus decisiones.

Durante décadas ha vivido en Manhattan, en la cuarta avenida que fue rebautizada como Park Avenue, a pocos metros del rascacielos que sirve de sede a Soros Fund Management. En la planta 33 se encuentra un despacho desde el que se divisa tanto Central Park como el río Hudson, y de cuyas paredes cuelgan originales del pintor húngaro Béla Kádár. 

Ahora pasa la mayor parte del tiempo viajando y, cuando está en EEUU, fija su residencia en la mansión que posee en Bedford Hills, en el condado de Westchester, diseñada por el arquitecto Charles A. Platt y ubicada en las afueras de Nueva York. Es donde recibió el pasado octubre una de las ocho cartas bombas enviadas a opositores al presidente Donald Trump que, afortunadamente, fue localizada y destruida sin que provocara daños materiales ni personales. 

Si se observa su círculo de amistades se comprueba el poder que ostenta nuestro protagonista a pesar de ser uno de los hombres más odiados del planeta. Bono de U2, el ex mandatario de la ONU, Kofi Annan, el ex presidente de la FED, Paul Volcker y toda la plana mayor del Banco Mundial y del FMI se jactan de tener acceso directo a Soros. En España es amigo de Ana Patricia Botín, presidenta del Santander que le hizo de traductora en una cena de negocios en París y es uno de los accionistas de la entidad. Soros ha entrado en el capital de otras empresas españolas, entre las que destacan FCC, Bankia, Iberdrola, Liberbank, Endesa Aena e Hispania.

LA AGENCIA REUTERS MATÓ A SOROS EN 2013

El caso de Paul Volcker es curioso, ya que le convenció para apuntarse al Sitaras Fitness, el gimnasio al que acuden los prebostes de las altas finanzas de Wall Street. Los días que no juega al tenis el nonagenario Soros se pone en forma con la cinta de andar y las pesas llevando hasta las últimas consecuencias el mens sana in corporesano. La agencia Reuters le dio por muerto en 2013 publicando accidentalmente su obituario, seguramente porque los periodistas responsables del desaguisado desconocían los hábitos saludables de Soros. O, como dirían sus adversarios, porque mala hierba nunca muere. 

Sus detractores son legión y le responsabilizan de todos los males del planeta. En España desde el ámbito de la derecha más reaccionaria se le acusa de promover el aborto, la eutanasia, la llegada de inmigrantes ilegales, la islamización de Europa, la drogadicción y si me apuran de haber participado hasta del asesinato de Kennedy. Pero Soros se crece ante la adversidad y saca partido de sus opositores. “Estoy orgulloso de mis enemigos”, dijo recientemente en una entrevista publicada por el Washington Post, tras declarar: “cuando veo todos los enemigos que tengo por todo el mundo, debo estar haciendo algo bien».

UN SOCIÓPATA MEGALÓMANO Y MESIÁNICO

Quizás el elemento que más escuece a sus detractores, desde Putin a Trump, pasando por el cristianismo radical o incluso los promotores del sionismo, es que George Soros se considera un enviado para traer el bien a la Tierra. Este carácter mesiánico con tintes megalómanos se debe a que, tal como el ha admitido, se ve a sí mismo como el “Dios del Antiguo Testamento, invisible y benevolente”, que no confía en la capacidad del ser humano para administrarse y que defiende que es una entidad superior (el Estado ayudado por intelectuales como él) quien debe salvar a los ciudadanos de ellos mismos. En definitiva, se trata de la misma filosofía que sirvió de caldo de cultivo a los totalitarismos del siglo XX que sembraron el mundo de hambre, muerte y destrucción. Esos totalitarismos contra los que este especulador dice querer acabar.

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En cuanto a su personalidad, es más bien oscura. Soros no es un hombre al que las desgracias ajenas le quiten el sueño, aunque muchos ven en su figura un adalid de la democracia y el baluarte que acabó con el comunismo y propició la caída del Muro de Berlín. Los que han analizado su mente en la múltiples biografías publicadas atribuyen esta paradoja a su falta de empatía con el individuo particular, que contrasta con su preocupación por el concepto abstracto de sociedad. Algunos califican esta patología de hipermetropía moral, aunque los más críticos atisban una sombra de maldad y un profundo desprecio hacia a las personas. 

LA ALQUIMIA DE LAS FINANZAS

Lo que no se puede decir es que Soros se esconda, ya que ha escrito varios libros en los que ha dejado constancia de su particular visión social. Así lo plasmó en La alquimia de las finanzas (Distal, 1997):  “admito que siempre he albergado una idea exagerada de mi importancia. Me veo a mí mismo como una especie de dios, o como un reformista económico como Keynes o, mejor aún, como un científico como Einstein”. Y es ahí precisamente donde reside el peligro de este filósofo frustrado: que bajo la premisa de buscar el bien común hace mucho más daño del que evita. 

Como señala el dicho popular el infierno está empedrado de buenas intenciones y el caso de Soros es un claro ejemplo de esta máxima. La sociedad abierta que preconiza no es libre, como explica certeramente José Carlos Rodríguez en Disidentia. Tal como la interpreta Soros “se trata en realidad de una sociedad diluida, carente de historia o carácter, y en la que los individuos no se sienten parte más que de una humanidad universal. Una humanidad que no mirara atrás, olvidase las culturas en las que ha evolucionado, y hablase un mismo idioma; un idioma nuevo con el que transmitir valores comunes para todos”. Una distopia que sólo puede implantarse con cadenas paternalistas que cercenan de raíz la libertad de los individuos a los que dice proteger.