Una educación privada para dirigirnos a todos

La educación es el motor que mueve el mundo. Pocas cosas sobre las que se genere mayor consenso que el hecho de garantizar el acceso a la mejor educación posible para todos. Porque sin duda el desarrollo y el crecimiento de sociedades más justas, maduras e informadas pasa por la capacidad real de comprender y cuestionar el mundo en el que vivimos.

Hay cientos de reflexiones sobre el poder de la educación. Y es que el espacio en el que se aprende es en el que toman forma las ideas. Pero también en el que por primera vez uno entra en contacto con aquellos que pueden ayudarle a ponerlas en práctica.

Estudiar nunca estuvo en manos de todos. Ni siquiera en el momento en el que más se democratizó este derecho que era lo único que permitía acortar esa brecha entre los que movían el mundo desde arriba y los que estaban destinados a empujarlo. Pero no se trata de cuestionar la verdad del modelo, sino de poner sobre la mesa con datos qué estudian y, sobre todo, dónde, aquellos que verdaderamente pueden transformar los modelos económicos y, finalmente, sociales, en el mundo.

Las universidades privadas en España ocupan ya el 40% del mercado

Hace unos días publicaba The Guardian un artículo en el que se señalaba con bastante virulencia que la raíz de la desigualdad en Gran Bretaña se debía al sistema elitista de la educación privada en el país. Este es un tema en el que se ha debatido poco y es aun más pronunciado en otros países europeos como Alemania, Francia o España. La esencia compartida está en la extrema exclusividad social que limita el acceso a pocas y elegidas familias y sigue concentrando, salvo excepciones, los puestos en la cima del mundo para una élite a la que se tiene vedado el acceso a la mayoría.

En UK los datos son abrumadores. Sólo el 6% de la población escolar en Reino Unido accede a estas escuelas privadas. Y es que hablamos de tarifas anuales que van de los 40.000 a los 50.000 euros anuales. El acceso a estas escuelas resulta imposible incluso para familias de clase media, por lo que, salvo excepciones, produce una concentración de familias privilegiadas haciendo negocios casi desde la cuna, generación a generación. Es un negocio de familias.

Pero lejos de hipocresías sobre este debate, la realidad es que la vida laboral concentra en sus posiciones más altas e influyentes a estudiantes de determinadas instituciones privadas. Así, pese a que sólo han podido acceder a ellos el 6% de los británicos, los resultados son sorprendentes: el 65% de jueces, 57% de los lores, 43% de periodistas, 44% de actores provienen de determinados centros elitistas.

ÉXITO Y EDUCACIÓN CON ACENTO INGLÉS

Las estadísticas también cuentan historias. La proporción de líderes en todas las áreas que han sido educadas en el ámbito privado más exclusivo es más que significativa.

No se trata de instituciones privadas vs. instituciones públicas. Hay instituciones privadas que tienen un alto coste pero no tienen la solera necesaria para aupar a un alto número de estudiantes a ninguna cima. Así, desde los magistrados (74% con educación privada) hasta los parlamentarios (32%), los números nos hablan de una sociedad donde el privilegio educativo es un hecho que compra un modo de vida.  

Ir a una de las escuelas de la prestigiosa de directivos (HMC) ofrece 35 veces más posibilidades de lograr aparecer en la lista de Who´s who de los más importantes. Acudir a la creme de la creme de las escuelas privadas como Charterhouse, Eton, Harrow o St. Paul’s, Shrewsbury, te da 94 veces más probabilidades de unirse a la élite económica y social.

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Así podemos llegar a la conclusión de que, si te lo puedes permitir, llevar a tu hijo a determinadas escuelas, por la red que estás aportan, siempre es una inversión inteligente. Según muestran estudios realizados sobre diferentes generaciones, las diferencias en los sueldos obtenidos entre los formados en centros públicos y privados es cada vez más importante, situándose a principios de siglo XXI por encima del 21%

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Pero la educación privada en Gran Bretaña va más allá de la incuestionable calidad de estas instituciones. Incluso del apoyo y seguimiento personalizado. La realidad es que radica en la segregación, que es lo que hace que levante ampollas en el sector menos conservador de la isla, y lo hace de tal modo que muchos están pidiendo la abolición de las mismas. Sin embargo, y aunque curiosamente no lo necesiten, lo cierto es que la tasa de éxito para abrir las puertas de la universidad duplica también a los centros de educación pública. La brecha se acentúa entonces, también en los resultados.

Este acento tan “posh” de lo “british” es, además, claramente distintivo. Porque las maravillas de una educación con más recursos se da en todos los países del entorno, eso sí, con diferencias.

En Alemania, por ejemplo, hay mucha financiación por parte del Estado. Está todo más regulado y los precios son sustancialmente menores. En Francia, las escuelas privadas tienen una connotación claramente religiosa, y es que estas son mayoritariamente católicas, a sus profesores les paga el Estado y los precios son muy bajos. Pero pueden estudiar religión.

Incluso en Estados Unidos, más cercano al modelo inglés, hay un sector muy pequeño de escuelas privadas no sectarias con altas tarifas, pero la mayoría de las ellas son, nuevamente, religiosas y con tarifas mucho más bajas que las de los británicos.

EDUCACIÓN: UN ARMA PARA CAMBIAR EL MUNDO ¿O PERPETUARLO?

“Educad para la convivencia. Educad para adquirir conciencia de la justicia. Educad en la igualdad para que no se pierda un solo talento por falta de oportunidades”. Esta frase del filósofo Voltaire serviría fácilmente para celebrar y defender una educación pública, integrada e igualitaria para todos. No esperábamos menos de un francés. Sin embargo, no sólo no nacemos todos en el mismo sitio, la verdad es que ni siquiera queremos (y desde luego no podemos) llegar todos al mismo lugar.

Desde el momento en que se democratiza el acceso a la educación, y sobre todo se fomenta la necesidad del título universitario para garantizar el acceso a otro tipo de trabajos y de oportunidades sociales, la formación privada encuentra su lugar. Y lo hace para asegurar no sólo la llave a una formación personalizada y claramente más profunda en idiomas y el mundo de la empresa internacional sino para perpetuar su modelo.

Es decir, que sigan siendo los mismos (o casi) los que de verdad muevan los hilos de la economía y las altas instituciones (el circo de la tele y algunas caras menores en la arena política importan mucho menos).

España no es la excepción. Y eso que las puertas de las universidades y las becas para todos no hace aún más de dos generaciones que se abrieron. Aún así, es interesante comprobar cuál es el perfil de los directivos que están al frente de sus principales empresas.

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Según nuestro análisis, la formación de los altos directivos españoles se reparte aún hoy casi salomónicamente al 50 % entre lo público y lo privado, si bien hay que observar que hace apenas unos años casi la totalidad de ellos venían de las universidades públicas. Esta tendencia está cambiando radicalmente, y de seguir con esta progresión poco a poco la universidad pública acabaría siendo residual.

No obstante, no es difícil vislumbrar el futuro cercano en este terreno. Porque a los problemas de recursos y también de planes de la universidad pública le corresponde una radiografía muy evidente: que los centros privados ganan terreno a los públicos y ocupan ya el 40 por ciento de la formación superior en nuestro país.

La aprobación de tres nuevos campus en Madrid elevará a 37 el número de universidades de iniciativa privada, frente a las 50 públicas. La última universidad de fondos públicos data de principios de los años 90 y desde entonces se han abierto casi 20 centros privados. Este es un hecho incontestable que, como poco, habría que analizar.

Actualmente, pese a que el acceso a la educación superior siga estando aún hoy en las universidades públicas, la formación “clave” para la dirección empresarial está cada vez más fuera: bien en los MBA y másters especializados en centros privados claves como el Instituto de Empresa, IESE, ICADE o Deusto Business School o, cada vez más, con posgrados especializados en centros privados fuera de España.

5 años consecutivos de caída en los grado y 10 de incremento en másters, según la FYC

Es casi excepcional encontrar a un alto directivo que hoy no haya pasado por una de esas prestigiosas y carísimas escuelas de negocios. Si bien es cierto que no puede compararse con los precios ingleses que asaltan desde la cuna, la clave se sitúa en la etapa final de la formación, donde se busca más el lugar y la marca que la materia de estudio.

PERFIL DEL DIRECTIVO ESPAÑOL. DÓNDE ESTUDIAR PARA DIRIGIRLOS A TODOS

Poco ha cambiado en los últimos años el perfil del CEO en España. El prototipo general sigue siendo el mismo: varón, entorno a los 50, con carrera universitaria y máster.

En España, la universidad que más CEOs cede a las grandes empresas es la Universidad Politécnica de Madrid. Y es que la ingeniería sigue siendo una formación casi obligada para los grandes dirigentes españoles junto con las licenciaturas en Ciencias Económicas, Empresariales y Derecho. Así, grandes directivos y ex dirigentes del Ibex han pasado por sus aulas, como es el caso del presidente de ACS, Florentino Pérez, José Antonio Tazón de Amadeus o Luis Gallego de IAG, entre otros.

Los perfiles directivos de este país son, por tanto, muy parecidos. Pocos escapan de estas tres grandes líneas formativas, y los que lo hacen son la excepción que confirma la regla, como el caso de Vasile (Mediaset) que es antropólogo o el CEO de Repsol, Josu Jon Imaz que estudió Químicas en la Universidad del País Vasco.

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A pesar de que los gurús de la gestión empresarial defienden que la diversidad de cultura, procedencia, formación y experiencia del equipo de dirección y de los miembros del consejo de administración mejora la toma de decisiones, en España esto es hoy sólo una utopía.

Y lo es porque apenas dos mujeres se cuelan en una lista de 40 nombres en la que hasta el momento muy pocas cosas han cambiado. Es cierto que las habilidades empresariales y eso tan manido como el networking (las “relaciones” de toda la vida) se cursan cada vez más en las escuelas de negocios, canteras cada día más indispensables para los CEOs de este país y de todo el mundo.

CEO español: hombre, universitario con máster y en la cincuentena

Parece indudable que para llegar arriba el primer paso se de en el futuro en las universidades privadas y escuelas como Harvard, Cambridge, el Imperial Collegue de Londres o la Universidad de Tokio. Y esto que ya puede verse hoy se está produciendo en el relevo generacional de los segundos directivos de las compañías.

Cada vez habrá carreras más especializadas y diversas acompañadas de un posgrado fuerte, privado e internacional, sostenía hace poco el decano del Instituto de Empresa. La experiencia internacional y eso tan english que engloba todo llamado expertise en el mundo digital es un intangible clave para los dirigentes.

Algún ejemplo que ilustre esta nueva tendencia es el de dirigentes como Carlos Torres, consejero delegado de BBVA, graduado en ingeniería y empresariales por el prestigioso MIT (Massachusetts Institute of Technology), con un MBA por MIT Sloan (su escuela de negocios) y una licenciatura adicional en Derecho cursada en la UNED.

En definitiva, ¿vale la pena el esfuerzo de financiar una educación privada para abrirse las puertas y ventanas a la dirección con mayúsculas? Porque más allá de cómo deba ser la educación que el país quiera o necesite está la realidad.

Parece evidente que la educación pública ofrece un factor de cohesión social, integra la diversidad y favorece la igualdad de oportunidades. Pero nadie ha dicho que allá en la cima busquen justicia platónica. Y más bien una diversidad muy controlada y medida, como puede verse.

Por eso, y aunque en nuestro caso no está claro aún que la formación privada universitaria sea la más válida, no cabe duda que la formación internacional en el mundo de los negocios es clave para especializarse y salir a dirigir el mundo. Y eso, claro está, siempre tendrá un gran coste.