Cataluña Imperial

Los conservadores dicen que dialogar con los separatistas es una concesión al independentismo. Otro pecado fue, añaden, incluir el referéndum de autodeterminación y la situación de los políticos independentistas encarcelados en el orden del día de la comisión bilateral Gobierno central-Generalitat, arrinconada durante siete años por Rajoy, aunque se ratifique a los secesionistas que sus pretensiones son imposibles. Pasó lo lógico en el primer encuentro: la constatación de los desencuentros. Mucho camino queda para curar la sinrazón.

Pablo Casado agita de nuevo el 155, uno “duro” esta vez, además de elevar el diapasón de la inmigración al agudo de los centroeuropeos xenófobos. Con ello espera conseguir votos ya que las payasadas de Puigdemont y los enrocamientos independentistas agotan las paciencias.

Asimismo, los medios trasladan una imagen alarmista con pateras veraniegas cargadas de subsaharianos que suman cantidades modestas comparadas con otros países, pero tan numerosas en los telediarios que igual alumbramos un Matteo Salvini nacional. Casado pide, como todos, un “plan Marshall” europeo para África. Zapatero aplicó uno español y ya redujo entonces drásticamente el número de pateras hacia España.

Mientras tanto, asistimos a otros coletazos catalanistas como el nombramiento de un nuevo embajador español en Andorra, Àngel Ros, alcalde socialista de Lleida (Lérida), presidente del PSC. Un político veterano que, dicen, se retira en gallinero ajeno.

Colocar a políticos en embajadas para jubilarlos, quitárselos de encima, recompensarles por servicios prestados o cualquier otro pretexto medioambiental o político es una mala práctica en la que no suelen caer países de referencia en materia diplomática, como Francia, Alemania, Reino Unido o Países Bajos, que tienen servicios exteriores eficaces y despolitizados.

Con este nombramiento, Cataluña parece más independiente con el PSC en la sala de control decidiendo que un catalán de su partido represente a España en Andorra, un territorio que, quizás, sea para algunos muy catalanistas como Ucrania para Putin, algo por controlar. Luego están la Cerdaña, el Rosellón y la Franja, sin olvidar Valencia, las Baleares, Alghero, el ducado de Atenas y medio mundo como territorios irredentos catalanes. ¿No dicen algunos indepes que Colón, Cervantes y Elcano son catalanes?

Del mismo modo que al frente de los ministerios conviene tener a políticos, como ahora a los excelentes Josep Borrell en Exteriores o Margarita Robles en Defensa, y no a técnicos o funcionarios del ramo, procede también que al frente de los ejércitos o de las embajadas estén verdaderos profesionales, es decir, generales y diplomáticos.

En EEUU hay embajadas que en realidad se compran ya que se adjudican a personas que han contribuido con dinero a la campaña electoral del Presidente. No obstante, si hay problemas, Washington envía a diplomáticos. Cuando la negociación para la reducción militar norteamericana en España en 1986/1988, el embajador-negociador estadounidense fue un profesional del Departamento de Estado, Reginald Bartholomew.

Afortunadamente, este no es el modelo europeo, sobre todo en los países serios con solera diplomática. Nombramientos como, ahora, el de Ros en Andorra o, en tiempos de Rajoy, los de Wert en la OCDE, Morenés en EEUU o Moragas en la ONU solo alejan al servicio diplomático español, formado por profesionales competentes, de su despolitización interna.

Enric Juliana, importante comentarista político, señalaba recientemente que, en España, el debilitamiento de las Instituciones (Monarquía incluida) es algo negativo en términos generales, pero, sobre todo, para las izquierdas. Refuercen, pues, en Exteriores los procedimientos que favorezcan la profesionalidad contrastada y no otra cosa. Con más motivo ahora que el PSOE pisa firme con casi un 30% de votos según el CIS.

Carlos Miranda es Embajador de España