Antonio Huertas, un seguro para cruzar la frontera

Vivimos tiempos convulsos para el sector asegurador, acosado por la manipulación monetaria que la banca central está realizando para evitar (o aplazar) la llegada de la próxima crisis, pero hay un directivo extremeño que permanece inasequible al desaliento. Este pionero de la transformación digital en España es Antonio Huertas, presidente de Mapfre, compañía líder en el mercado nacional y que se prepara para cruzar la última frontera. Un empresario con alma de escritor que llegó a la compañía con 23 años tras responder a un anuncio en el periódico y que ha ido escalando pasito a pasito hasta llegar a la cima. Un caso de esos que no se destilan en este siglo XXI en el que dar el bastón de mando a hombres de la casa ha sido desterrado del mundo corporativo y en el que se buscan grandes fichajes que suelen salir ranas.

Huertas es un profesional autodidacta licenciado en Derecho pero que ha ampliado sus conocimientos gracias a que se pasa el día leyendo y empapándose de informes técnicos, que devora en su iPAD para comprender mejor las claves que afectan al negocio de los seguros. Es un directivo atípico porque le gusta discutir los detalles con sus equipos, conocer a fondo los problemas y así poder ayudar en la búsqueda de soluciones. Quizás por eso se ha ganado el respeto de sus colaboradores, con los que comparte mesa y mantel en el comedor corporativo de la firma. No es de esos jefes que tiene que levantar la voz para que le escuchen, más bien transmite serenidad, un valor esencial en este mundo de grandes velocidades.

Sus orígenes fueron humildes, con un padre que no pudo terminar sus estudios universitarios por cuestiones económicas y que fundó un pequeño negocio para sacar adelante a su familia. Desde pequeño el joven Antonio supo que licenciarse no estaba al alcance de todos, ni siquiera en esa España del tardofranquismo en la que algunos quieren ver –con más voluntad que otra cosa– el germen del posterior desarrollo. Huertas iba al pacense colegio de Villanueva de la Serena en bicicleta, con los libros a cuestas y recorriendo la comarca de las Vegas Altas. Y cuando llegaba a casa estudiaba y se aplicaba, compartiendo también juegos con su hermana.

Aunque ahora quienes le conocen aseguran que es un tipo más reflexivo que intuitivo, pero durante su etapa universitaria en Salamanca se metió en más de un charco para defender los derechos de los estudiantes cuando el recién llegado PSOE preparaba su primera reforma educativa. Incluso llegó a hacer sus pinitos en la radio en un programa que se emitía en la cadena COPE, colaborando en una sección que llevaba por título “No me gustan los lunes” y que tenía como sintonía la canción homónima de los Boomtown Rats.

El empresario recuerda aquellos años con mucho cariño, porque lo pasó muy bien, sació su espíritu de compromiso –ese que viene de serie cuando uno se encamina a la veintena– y además pudo terminar la carrera sin repetir curso, toda una hazaña en los años ochenta.

Al terminar la Universidad entró a trabajar como pasante en un despacho en el que no le daban bola y una mañana leyó un anuncio de una compañía de seguros que buscaba personal licenciado sin experiencia. Huertas terminó su café, acudió a la entrevista y consiguió su primer empleo en Mapfre, con un sueldo mensual de 60.000 pesetas. Ni en sus mejores sueños el joven Antonio podía imaginar que esa cantidad décadas después sería multiplicada de forma exponencial hasta superar los dos millones de euros anuales. 

Corría el año 1988 y fue destinado a un pueblo de Alicante donde pronto comenzó a trabajar en proyectos informáticos en el área de siniestros de Mapfre. Entonces nadie conocía los rudimentos de la computación pero nuestro protagonista hacía tiempo que había probado las mieles de los bits y le habían encantado. Fue uno de los primeros compradores de un ordenador personal, un Amstrad de esos que tenían la pantalla de color verde fosforito y que en su etapa universitaria utilizaba para hacer hojas de cálculo mientras sus compañeros le miraban como si fuera extraterrestre.

Tras años de aprendizaje ahora Huertas es de los que piensan que el petróleo de esta era es el Big Data y que todo aquel que se mantenga al margen de la nueva revolución será expulsado a la cuneta de la historia. Por eso ha liderado la transformación digital de Mapfre incluso antes de llegar a la presidencia. Fue el fundador de Verti, que ahora es la aseguradora líder en venta online de seguros de automóvil, y en el plano personal ha conseguido que hasta su padre, Don Felipe, maneje la tablet con una soltura envidiable a pesar de superar los 80 años.

Una de las etapas que determinaron la carrera de Huertas fue su estancia en Puerto Rico, donde fue enviado para poner orden en la filial de Mapfre, que había sido adquirida a principios de los años noventa por 100 millones de dólares, que en aquellos tiempos eran muchos millones. Tenía poco más de treinta años y desde la dirección del grupo asegurador le dejaron claro que tendría que apañarse sólo porque las filiales eran autónomas.

El directivo se rodeó de un pequeño –pero preparado– grupo de colaboradores y en un lustro consiguió que la firma fuera una de las más rentables de Mapfre. Se enamoró del país, al que vuelve siempre que puede acompañado de su mujer Ángela, que también trabaja en el grupo asegurador. Les encanta viajar y pasear entre la gente, visitando mercados y mezclándose con el entorno local.

Huertas volvió a España en 2004 y tras unos años de crecimiento profesional, en los que protagonizó la desmutualización de Mapfre y presidió la división de Seguro Directo. Fue en 2012 cuando accedió a la presidencia, en uno de los momentos más difíciles por los que ha pasado la economía española en general y el sector asegurador en particular. La decisión de Mario Draghi de hacer “lo que hiciera falta” (el famoso whatever it takes) para salvar al euro hundió los tipos de interés y obligó a las compañías financieras y aseguradoras a revisar sus propios cimientos para no perecer en el tsunami del dinero barato que penaliza el ahorro.

Los empleados de Mapfre valoran mucho que su presidente no sacara las tijeras recurriendo a los clásicos recortes de personal y bajadas de salarios. En lugar de eso apostó por la transformación tecnológica como elemento de mejora de la eficiencia, puso el foco en la rentabilidad del negocio y se ganó el respeto de sus directivos. A tenor del resultado, le salió bien la jugada. 

Aunque dedica mucho tiempo a dirigir la compañía, el directivo extremeño es un voraz lector de novelas históricas (mejor si son de la antigua Roma), intenta no perderse ningún partido del Real Madrid y monta en bicicleta, actividad deportiva que recuperó hace unos años por recomendación de un amigo y en la que vuelca sus energías todas las semanas. Las dos ruedas le permitieron ponerse en forma (el mismo admite que había engordado por pasar demasiado tiempo en despachos y asientos de avión) y disfrutar de la naturaleza. Ha realizado varias etapas del Camino de Santiago en su mountain bike, que no abandona aunque esté en viaje de negocios al otro lado del Atlántico. 

Guarda la esperanza de convertirse en escritor de novelas cuando se jubile, una pasión oculta que pocos conocen. De momento se ha estrenado como ensayista en La revolución de las canas (Deusto, 2018), libro en el que junto a Iñaki Ortega analiza los efectos del envejecimiento de la población en España, temática en la que es un auténtico especialista.

El presidente de Mapfre es muy competitivo y ambicioso, pero nunca de forma patológica, sino como elementos de crecimiento personal y laboral sin pisar al que tienes al lado. De hecho se considera una buena persona y una de sus máximas es dejar las cosas mejor como las encontró. No ha tenido hijos pero dispone de una gran familia y muchos amigos con los que concilia vida familiar y laboral, aunque menos de lo que le gustaría. 

Compagina su trabajo de presidente de Mapfre siendo patrono de varias fundaciones y cuando se está con él un rato se comprueba que no es de las personas que pueden permanecer mucho tiempo desocupadas. Está permanentemente conectado, mandando y recibiendo mensajes, estudiando la evolución del mercado y atendiendo a la marcha de la multinacional que preside, con 35.000 empleados y presencia en 49 países.

Aunque siempre encuentra tiempo para escaparse a Villanueva de la Serena donde viven sus padres. Es una persona orgullosa de sus raíces y tiene la medalla de la ciudad, que le fue entregada el pasado año en un en un acto al que asistieron un grupo de estudiantes de bachillerato, con los que departió amablemente. “Si yo he podido llegar, vosotros también podéis”, les dijo.