El agua incrementa su valor y requiere un marco legislativo estable y común

El agua es un recurso básico sometido a grandes presiones por el lado de la demanda, y un recurso clave para la vida ya que no solo es esencial para beber y para la higiene, sino que es una de las principales palancas para el crecimiento de la productividad y la competitividad del sector agrícola en los próximos años. Sin agua, no hay agricultura. El agua, a través de las diferentes tecnologías de regadío ha sido uno de los pilares, junto con la revolución mecánica y química, sobre los que descansa el gran incremento en la producción agrícola de las últimas décadas. En el futuro, el agua sigue siendo una pieza imprescindible para alcanzar este importante reto más vivo que nunca, junto con el reto de alimentar a una población creciente con un cambio sustancial de los hábitos alimenticios que necesitan un mayor consumo de agua.

 Es evidente el reto, pero más aún si cabe analizando el cambio estructural de los hábitos alimenticios tanto en el mundo desarrollado como especialmente en el mundo emergente. En este último, existen 2.000 millones de personas con un consumo de kilocalorías por persona y día de entre 1.500 y 2.000, mientras que en el mundo desarrollado estamos entre 3.000 y 3.500. El problema con el cambio de dieta es que en el mundo emergente puede suceder un cambio tan radical de pasar de consumir carne (intensiva en agua) una vez al mes a hacerlo una vez a la semana, o incluso dos veces. Este efecto apenas se ve atenuado por el hecho de que en el mundo desarrollado (aproximadamente 500 millones de personas) se esté dando la tendencia contraria: los cambios de las dietas observados se encaminan hacia productos de menor intensidad hídrica como verduras, hortalizas, legumbres y reduciéndose el consumo de carne.

 Es por ello fundamental un fortalecimiento de las “tres I”: instituciones, incentivos e innovación. En primer lugar, es necesario favorecer un régimen legislativo estable en el ámbito del agua. Esto incluye un marco regulador “único” y estable y que permita la sostenibilidad económica de las importantes infraestructuras que vamos a necesitar para hacer frente a este importante reto en los próximos años, favoreciendo instalaciones modernas que favorezcan el Ciclo Integral del Agua, ofertando precios ajustados, aprovechando hasta la última gota para garantizar la demanda agrícola, favoreciendo el desarrollo sostenible y generando energía limpia.

Lo anterior exige, a su vez, contar con un sistema de precios en el sector del agua que refleje de la mejor manera posible el coste real de generar, transportar y poner a disposición el agua en forma de recurso económico productivo para sus diferentes usos. Esto es importante tanto para el uso urbano del agua –para asegurar un buen consumo– como en el ámbito agrícola e industrial al ser un input básico para acelerar e incentivar la innovación, un uso eficiente de los recursos y una inversión continua en mejores sistemas de riego. El caso de Israel, por ejemplo, constituye un magnífico ejemplo de cómo los precios actúan como poderoso incentivo.

En segundo lugar, este marco legislativo estable y sistema de precios eficiente que refleje el verdadero coste del agua, es un elemento central e imprescindible para el buen uso de este recurso a lo largo de todas las fases del ciclo de vida: desde la generación, hasta su distribución minorista. Esto exige una correcta asignación de los derechos de propiedad y un marco regulador que permita la sostenibilidad económica y medioambiental del grueso de compañías del sector. La colaboración público-privada es, en este campo, un elemento fundamental como alineación de intereses entre los reguladores y las empresas gestoras del recurso donde los primeros velan por el interés general de la sociedad y los segundos crean valor en los procesos y consiguen que el agua llegue a los consumidores en condiciones adecuadas, rentables económica y socialmente y respetando el medio ambiente.

En definitiva, el agua es un recurso escaso y al mismo tiempo fundamental para la vida lo que exige creatividad, innovación, inversión, tecnología y la existencia de unos mercados eficientes. No hay espacio para el populismo ni las abstracciones utópicas. La experiencia histórica demuestra cómo intervenciones innecesarias o la perdida de sentido económico con respecto al agua únicamente incrementan el desperdicio de agua y suben peligrosamente las posibilidades de contar con situaciones de estrés hídrico. Desde un punto de vista global, la existencia de un entorno estable con respecto al libre comercio es otro elemento higiénico fundamental para garantizar el mejor uso de los recursos hídricos desde un punto de vista global; un tema especialmente sensible para aquellos países con un déficit estructural en su balanza agrícola.