Los embutidos es uno de los alimentos más consumidos en nuestro país, por su sabor, porque somos grandes productores y porque sobre todo en determinadas zonas es una base alimenticia. Pero tiene un lado oscuro: los aditivos y conservantes que contienen. Es el precio que hay que pagar en un mercado con mucha demanda y que por tanto requiere mucha producción y mucha logística de conservación y de aditamentos para triunfar sobre la competencia. Vamos a ver qué llevan estos embutidos y lo que hay que evitar para cuidar su salud.
Y es que los embutidos, sobre todo cuando se venden ya procesados y envasados, siguen un proceso de elaboración y conservación señalado en el Real Decreto 474/2014, y donde distinguen en función de su proceso: los curado-madurados (jamón, lomo embuchado, chorizo), los oreados (lacón), los pasteurizados (jamón cocido, mortadela, lomo), los sometidos a un tratamiento térmico incompleto (panceta, beicon), etc. Por eso y porque en 2015 la Organización Mundial de la Salud (aquí el estudio) declaró las carnes procesadas como clasificadas en el Grupo 1 de alimentos potencialmente cancerígenos para el ser humano, médicos y nutricionistas recomiendan moderar mucho su consumo o eliminarlo.
Expertos como Pablo López, veterinario bromatólogo, tienen claro que los embutidos deberían ser entendidos como derivados de la industria, y no productos naturales procesados. También tiene claro que el consumidor no presta atención al etiquetado, donde se daría cuenta de lo que llevan. La realidad industrial de los embutidos es clara: gelatinas, colágeno, sal, fécula y, sobre todo, los números E; es decir, los consabidos conservantes, colorantes o antioxidantes. Es cierto que muchos de ellos son necesarios, sobre todo en los productos curados, ya que inhiben el desarrollo de microbios. En ese sentido, la Unión Europea lleva unos controles rigurosos y en continua reevaluación, pero hay otras cuestiones más opacas donde para compensar la mala calidad del producto, se hace uso de demasiados aditivos. De muchos de ellos se puede prescindir.Sólo hay que fijarse en las etiquetas de los embutidos