Review de Iron Fist: ¿Pero qué esperabais exactamente?

Netflix dio en el clavo con Daredevil, un personaje apasionante con años de buenas historias a sus espaldas. Netflix acertó con Jessica Jones, un personaje con menos solera pero mucho más conflicto, interés y gracejo que buena parte de los superhéroes tradicionales. Netflix hizo lo que pudo con Luke Cage, una serie que tenía una primera mitad realmente estupenda, con invitados musicales de superlujo y todo un ganador del Oscar a bordo, pero que se desplomaba como un castillo de naipes a mitad de temporada.

Con esos mimbres, Iron Fist (Puño de Hierro) tenía todas las de perder. Hemos visto los seis primeros episodios antes de su estreno del próximo día 17 de marzo. Y tenemos que hablar de  ello.

Sé que existen fans del personaje, pero al igual que Luke Cage nació como un remedo de la blaxplotation de los años 70, Iron Fist formaba parte de los intentos de Marvel de capitalizar la locura setentera por las artes marciales. Creada por Roy Thomas y Gil Kane, el personaje salió en 1974, apenas unos meses después del éxito de Master of Kung Fu. Quien se queje de que es un personaje blanco que practica Kung-fu debería recordar que Shang-Chi era convenientemente oriental y llegó primero a los kioscos.

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El caso es que vivimos en la segunda década del siglo XXI y no veo que los niños se pasen todo el día en kimono como hacíamos nosotros. Obviamente, se siguen practicando artes marciales, pero difícilmente estamos en un momento de verdadera pasión por las mismas.

A diferencia de Luke Cage, que nace en un momento en el que la reivindicación de los derechos civiles, la cultura negra, la relación de la población afroamericana con el crimen y con la Policía y los retos de la tolerancia interracial en tiempos de Trump son temas de rabiosa actualidad, la pasión por las pataditas no está en su punto álgido.

Dicho esto, me consta que a Iron Fist la crítica le está atizando con su puño de hierro. ¿Pero qué diablos esperaban? Sí, es el personaje más ingenuo del universo Márvel cinematográfico hasta la fecha, es el que rema más a contracorriente y la parte más interesante de Danny Rand tiene que ver con una tierra muy alejada de Nueva York, por más que las necesidades de producción obligan a mantener al protagonista cerca de la ciudad para formar parte de Los Defensores junto a DD, Jones y Cage.

Las pegas están por todas partes. La idea de un superhéroe perroflauta y su relación con la multinacional de su padre está resuelta con una pereza que a quienes hemos visto Billions nos tiene que desagradar forzosamente. La peluquería de Cage no exigía mucho trabajo, pero la forma de entender una multinacional de pegote en esta serie es de primero de guión de pelis de serie B.

También cuesta aceptar a un tipo tan blandito como Finn Jones como el Arma Viviente. Por favor, estamos hablando de Loras Tyrell en Juego de Tronos. ¡Loras Tyrell! Los títulos de crédito son especialmente feos, con unas CGI de chichinabo, y hay un par de supuestas sorpresas que se ven venir como un gol de Sergio Ramos en los últimos minutos de un partido.

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No nos mires así, Loras. Eras lo más blandito de Juego de Tronos…

Pero todo lo anterior era de esperar. Ya sabíamos que Finn Jones era más flojo que las últimas temporadas de Modern Family. Su filosofía de todo a 100 no le llega a la altura a una galleta de la fortuna o a una cita falsa de Coelho pirateada de Internet. ¡Y es una serie sobre kung-fu! Lo difícil no es que Iron Fist tuviese cosas malas, es que las tuviese buenas. Y las tiene.

Para empezar, es una serie entretenida. Me he tragado los seis primeros episodios del tirón, con una cara que combinaba una graciosa estupefacción guatdefaquera con genuina diversión. Porque, corcho, las patadas voladoras molan.

Aceptamos Finn como protagonista blandito, es más tonto que el canon digital y hay momentos en los que no puedes dejar de identificarte con Ward, su antagonista, y desear que alguien le quite de enmedio. El momento farmacéutico de la serie y su rollo ‘occupy Wall Street’ entra en el terreno de lo genuinamente imbécil. Tierno, pero imbécil.

Y es el momento de hablar de Ward Meachum, que durante los primeros capítulos se echa encima toda la tensión dramática de la serie. Le cogí cariño al personaje de Bunker en Banshee, y no puedo dejar de desear que, en algún momento, Tom Pelphrey se quite el traje, se haga tatuajes y le parta la cara al enano rubito de las narices.

bunker Merca2.esEn el lado femenino, más allá de la cansina presencia de Rosario Dawson, que mira a Danny Rand con cara de «no le aguantas medio asalto a Mike Colter, madre mía Mike Colter», tenemos a un par de protas femeninas interesantes.

Personalmente soy muy fan de la actriz que han escogido para Colleen Wing (que en los cómics era una pelirroja nada oriental). La chica era Nymeria Arena en Juego de Tronos y lo cierto es que se come la pantalla cada vez que aparece. Tiene bastantes escenas de acción a lo loco y un personaje con algo de transfondo. Aquí, un 10 para Jessica Henwick, que al menos tiene un papel más lustroso que el de la otra Jessica de la serie, Jessica Stroup, que se pasa toda la serie siendo mona y preguntándose si hace lo correcto.

Vale, parece que sigo zurrando a la serie. Sí, repite situaciones y villanos de Daredevil. Sí, es la peor de las cuatro que se han lanzado hasta ahora. Sí, tiene todo lo malo que quieras decir de ella. Sí, los efectos especiales del puño de hierro son más cutres que una boda oficiada por Kiko Rivera.

Pero voy a verla entera y tengo consciencia plena de que si tuviese 25 años menos, la habría disfrutado como un cochino jabalín. Porque estamos hablando de Iron Fist, no de Hamlet, y porque en la Edad de Oro de las series tampoco pasa nada por el placer culpable de una serie de alpaca. Ojalá los primeros episodios de la tercera temporada de Flash me hubiesen entretenido tanto.