Bonos matador: El negocio de la banca española para invertir el dinero negro en paraísos fiscales

Los años noventa fueron una época especialmente movida en lo que a inversiones financieras se refiere. Los bancos españoles estaban en la cresta de la ola y vivían momentos felices. Sus unidades de banca privada colocaban todo tipo de productos a sus clientes, y además les asesoraban para que pagaran los menores impuestos posibles, incluso ningún impuesto.

Era la época en la que los bancos españoles tenían filiales en paraísos fiscales, no porque lo necesitaran, sino porque si las abrían podían captar clientes que tenían dinero negro, e invertir dicho dinero proporcionándoles pingües beneficios, sin que estos pagaran impuestos, ya que este dinero había sido evadido previamente.

¿Cómo funcionaban?

El modelo era sencillo. Se abría una sucursal en un paraíso fiscal, en la isla de Jersey, por ejemplo, y se elaboraban todos los impresos y contratos precisos con el anagrama y código de esa sucursal. Los gestores de banca privada en las oficinas de Madrid recibían estos impresos y cuando un cliente “especial” se acercaba por la oficina (o directamente se le llamaba para hacer negocio), se le informaba de las posibilidades de invertir ese dinero en bonos, obligaciones o preferentes desde el paraíso fiscal, lo cual no le supondría ningún pago de impuestos.

Lo siguiente era organizar una operación buscando un emisor que tuviera un cierto nombre y que accediera a prestarlo a cambio de una comisión. El Banco Europeo de Inversiones, el Reino de Suecia, la República de Irlanda, etc., eran entidades que se prestaban a hacerlo y que a cambio de una determinada cantidad accedían a emitir bonos que entonces se denominaban “matador”, llamados así por la identificación que en el mercado de eurobonos de Londres se hacía de España con la figura del “matador de toros”.

1459799338_770784_1459799676_noticia_normal¿Y por qué en Londres? Sencillamente, porque en dicha ciudad estos bonos estaban exentos de retención y de tributación, lo cual los hacía idóneos para la inversión de los capitales fiscalmente opacos que flotaban en los mercados internacionales sin control de las Haciendas estatales. De hecho, similares a los bonos matador para la peseta, estaban los bonos “bulldog” para la libra esterlina, los bonos “samurai” para el yen, los bonos “yankees” para el dólar, etc. 

Esta situación venía desde que, en 1929, la Cámara de los Lores británica falló a favor de que la empresa Egyptian Delta Land no pagara impuestos por sus actividades en Egipto a pesar de que tenía su sede social en Londres, y además hizo extensivo el fallo a todos los territorios británicos en el exterior, es decir, Jersey, Guernsey, Gibraltar, Islas Cayman, etc. Desde entonces, Gran Bretaña y todos sus territorios asociados se convirtieron en paraíso fiscal para las entidades que tuvieran allí su domicilio social, pero no realizaran actividades económicas o financieras en territorio británico.

Las últimas emisiones de este tipo de bonos vencen en 2026 y desaparecerán definitivamente

Pues bien, los bancos españoles vieron allí un filón para sus clientes “vips” de banca privada, y lo que hacían sus gestores era contactar con los clientes que tenían dinero negro en el exterior, les ofrecían abrir una cuenta en su filial del paraíso fiscal, para desde allí hacer inversiones en el mercado “negro” de eurobonos de Londres. Cuando conseguían reunir inversores que sumaran, por ejemplo, 10.000 millones de pesetas, se dirigían a una entidad supranacional como a las que antes nos hemos referido, y le hacían una oferta por “alquilarles” su nombre. Por ejemplo, si el mercado estaba a Libor + 2%, les ofrecían a los clientes Libor + 0,50%, y el punto y medio de diferencia lo partían entre ellos y el que ponía el nombre. La entidad supranacional se llevaba un 0,75% de 10.000 millones durante diez o veinte años, es decir, 75 millones de pesetas anuales, y el banco se llevaba otro tanto. El cliente recibía un 7% o un 8% por ciento anual (dependía de cómo estaba el Libor) y todos felices, salvo obviamente la Hacienda española que no sabía ni lo que estaban haciendo.

En la actualidad sólo quedan seis emisiones de bonos matador, una del Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo, otra del Reino de Suecia, otra de la compañía francesa de ferrocarriles SNCF, otra del Nordic Investment Bank, otra del Landesbank de Hesse-Turingia y una más de la International Finance Corporation, perteneciente esta última al Banco Mundial. Residuos de otra época en la que no parecía tan importante colaborar con los evasores fiscales para conseguir negocio. 

En la década pasada las cosas cambiaron, y se asumió una responsabilidad corporativa mayor. Francisco González, cuando llegó a presidente del BBVA, decidió cerrar su oficina de Jersey, a pesar de los pingües beneficios que le reportaba a su filial de banca privada Privanza, la cual asimismo procedió a cerrar, y otros bancos hicieron lo propio. Y las pocas emisiones que quedan vivas y que se amortizarán entre 2018 y 2026 son algo así como los agentes secretos de la Guerra Fría, con la diferencia de que a estos no se les puede matar, como se hace en las películas.